jueves, agosto 03, 2017

Tenemos la costumbre de menospreciar los logros ajenos, pensar que lo que otro hace no tiene nada de extraordinario y que nosotros podríamos hacerlo mucho mejor, aunque a él conseguirlo le haya costado toda una vida de esfuerzo y sacrificio y tú no hayas dedicado un solo minuto a esa labor. Cuanto más cercana es la persona, mayor es el desprecio. Desconfiamos de que alguien con quien compartimos circunstancias y posibilidades pueda llegar a triunfar en algo, mientras nos dedicamos a perder el tiempo quitándole todo mérito a sus obras. Y si a pesar de todo obtiene el reconocimiento ajeno, lo achacamos a la casualidad o al engaño. Pero esa actitud a quien más daño hace es a nosotros mismos, por eso nunca estaremos satisfechos hasta que admitamos que no somos mejores que nadie.

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