Tenemos la costumbre de menospreciar los logros ajenos, pensar que
lo que otro hace no tiene nada de extraordinario y que nosotros
podríamos hacerlo mucho mejor, aunque a él conseguirlo le haya
costado toda una vida de esfuerzo y sacrificio y tú no hayas
dedicado un solo minuto a esa labor. Cuanto más cercana es la
persona, mayor es el desprecio. Desconfiamos de que alguien con quien
compartimos circunstancias y posibilidades pueda llegar a triunfar en
algo, mientras nos dedicamos a perder el tiempo quitándole todo
mérito a sus obras. Y si a pesar de todo obtiene el reconocimiento
ajeno, lo achacamos a la casualidad o al engaño. Pero esa actitud a
quien más daño hace es a nosotros mismos, por eso nunca estaremos
satisfechos hasta que admitamos que no somos mejores que nadie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario