Mi infancia es un Cristo muriendo en la madrugada y un tambor seco estremeciéndome en mitad del silencio. Tardes de ilusión de jueves santo, túnicas negras y cirios, emoción y nervios. Todo lo que intentaste trasmitirme en vano. Son estos días en los que más me acuerdo de ti, cada vez que miro a tu Cristo y pienso en los errores que ambos cometimos. Sé que te habría gustado que siguiera tus pasos, que mi fe fuera tan firme como la tuya y que he traicionado tu legado, inmerso en mis múltiples contradicciones. Por eso te pido perdón, aunque no crea que puedas escucharme, e intento expiar mis pecados haciendo que ellos continúen lo que yo no supe, para que tu recuerdo no desaparezca.
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