Nunca hay que despreciar al enemigo. Por más que nos sintamos superiores y creamos que nada de lo que nos haga puede herirnos, no descartes jamás la derrota. Espera siempre lo mejor, pero prepárate para lo peor, porque cualquier cosa es posible, incluso lo que nunca has imaginado. Aunque le hayas vencido antes mil veces, aunque creas conocer todas sus artimañas, aunque lo veas arrodillarse y a punto de entregar sus armas, no te confíes, no des la partida por ganada, no levantes los brazos hasta cruzar la línea de meta ni imagines cómo disfrutrarás tu victoria, no dediques ni un solo segundo a celebrar lo logrado, pues sin duda algún día volverá para tomarse la revancha. Por eso nunca le infravalores. Sobre todo cuando tu enemigo eres tú mismo.
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