Estoy aquí sentado todo el día sin hacer nada, cuando podría/debería salir afuera y averiguar algo de mí.
Pero no me atrevo a volver a llamar a los mismos números de teléfono que ya lo hice, a regresar a los lugares donde te/me busqué, a salir a la calle desnudo de recuerdos, donde me siento observado por todas las miradas, vigilado en todos mis movimientos, desconfiado y temeroso de todo el mundo.
Porque yo no los conozco a ellos pero quién sabe si ellos a mí.
Muchas veces algo nos sale mal sin saber por qué, quizás sólo producto de la mala fortuna, y el no conocer las causas de ese fracaso nos hace pensar que cada vez que intentemos hacer eso mismo nos volverá a salir igual de mal, por lo que renunciamos siquiera a intentarlo de nuevo, cuando no tenía por qué ser así, sino que la suerte podría cambiar de lado y sonreírnos en la próxima ocasión.
Nos da miedo tropezar dos veces con la misma piedra, pero puede que esa piedra no se encuentre ya allí, aunque seguimos evitando recorrer ese camino.
Por eso no me fío de mis recuerdos, porque parecen indicar que si algo ocurrió de una manera volverá a ocurrir igual la próxima vez y eso nos impide intentar muchas cosas que quisiéramos hacer pero ya no nos atrevemos amenazados por el pasado.
La memoria es mala consejera.
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