Yo ya sabía que lo nuestro no iba a funcionar, víctimas del invierno en busca de un calor furtivo, confundiendo señales y gestos caímos en su trampa inevitable, no es que “no estábamos hechos” ni otras tonterías, era tan sólo que no había manera de encajar aquello por más que forzáramos la situación, como un puzzle de dos piezas irreconciliables. Nuestra historia era la “crónica de un fracaso anunciado” y sin embargo, no sé cómo tú aún parecías no darte cuenta de nada, como si durmieras, y ya sabes, es peligroso, dicen, despertar a los sonámbulos; pero, perdonarás mi desconfianza, me resisto a creer sincera tu inocencia, entregada a construir un futuro sin cimientos vulnerable al menor contratiempo, ignorando mi indiferencia atribuida tal vez al temor manifestado, diseñando un mañana falaz, proyectos con fecha por determinar perpetuamente aplazados, como si no fuéramos a dejar de ser jóvenes, pero no nos importaba y así yo me acogía a tu juego tramposo aunque no nos creíamos el personaje, arrastrados por la costumbre nos deslizábamos por el tobogán de los días empujados por la fatal inercia que consagró nuestros hábitos, cansados de cruzar todos los caminos errados, agotando el derecho a equivocarnos como si nuestros actos carecieran de efectos, y yo no sabía decirte que no, que nunca, que nada tenía sentido, resistirme a tu brutal aparente firmeza invadiendo todas mis fronteras, reventando frágiles diques, temiendo el inevitable momento en que todo estallaría sin remedio, convencido de que tampoco tú creías en esto y ni siquiera hubo un desencuentro, ningún motivo claro para vaticinar el final, no me preguntes por qué, carezco de respuestas, no sabría decir en qué momento ocurrió pero apareció ante mí como una verdad irrefutable que no me atrevía a confesar, temeroso tal vez de ser delatado por mis palabras, avergonzado de mi descubrimiento eludía conversaciones inconvenientes sintiéndome culpable de mis silencios mientras compartíamos momentos destinados al olvido trazados sin esmero que ya no pretendemos recuperar, conscientes de nuestras carencias; y sin embargo aquí estamos, empeñados aún en prolongar este error sin complejos, aunque ya no seamos aquellos suicidas inocentes disfrutando de la caída cuando nadie daba un duro por esto, ni siquiera nosotros mismos, y seguimos sin entender por qué nos resistimos a reconocer la derrota.
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