La impostora sensación de plenitud creyendo haber rozado tus límites, incapaz de mirar más allá, temeroso de hallar lo imposible, se desvanece furtiva al amanecer cuando aún reconoces en tu cuerpo el hueco infinito que pretendías ocupar, consciente de que mil triunfos no saciarán la apatía, la ausencia, la desgana, impermeable a elogios embaucadores y ajena a celebraciones bastardas, mientras encierras la pena en tu hogar, impotente para gozar la gloria. Entonces empiezas a comprender que poco importa el resultado, pues nada tiene ningún valor el día después de la victoria.
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