Fueron aquellas nuestras breves horas las únicas de sosiego que hubo en mi vida, hasta que un día pasó la calma de largo cuando tú decidiste abolir la sensatez del mundo y condenarme al exilio del olvido, cesar la luz en mí, reflejo de tu claridad providente y reiniciar mi caos original, devolver las tinieblas a su verdadero lugar, implantando la desolación en mi estéril territorio abandonado, acabando con la lucidez de mis días. No dejaré que la pena que ahora me ocupa invada de tristeza mis recuerdos y haga menos hermoso el tiempo que pasé contigo. Siento a veces la tentación de despreciarlo y contaminar el pasado con el presente, dejarme llenar de un rencor aplastante que extienda mi aflicción hasta inundar el ayer y pensar que todo no fue más que una gran mentira, dejar que el dolor lo inunde todo, pero sé que he de aferrarme a la memoria como lo único que conservo de ti cuando ya nada queda, aunque a veces los recuerdos se me hagan insoportables, imposibles de creer, como una trampa de la que uno erradamente trata de huir hacia delante, y no encuentro una salida por la que escapar de esta traicionera emboscada de la memoria. Caer de ti fue caer de Dios, de los momentos en que existir tenía aún motivo, fue acabar tu amor acabarse el mundo, y ahora siento tu ausencia como nunca antes llegué a sentir tu presencia, cuando ya nada queda en mí de aquellas breves horas en que vivir fue bello.
1 comentario:
Ahogarse en un vaso de pena
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