Me rebelo contra la resignación que destruye mi inocencia, detesto mi habitual conformismo y pasividad que me convierten en cómplice, siento asco, pena y vergüenza cuando las imágenes de guerra, muerte y destrucción no consiguen remover mi interior ni provocar más que un leve rechazo pasajero, acostumbrado a ellas como a la mentira cotidiana; cuando me cruzo por la calle con personas que sufren sin que hagamos nada por ellas, cuando desvío la mirada ante quien necesita ayuda o si alguien de mi entorno lo pasa mal y no le ofrezco mi apoyo, cuando miro para otro lado y justifico el engaño, cuando comprendo al vago, al pícaro o al tramposo, cuando tolero al mentiroso, cuando no alzo la voz contra la injusticia, cuando asumo como normal lo que no debería suceder jamás, cuando pongo excusas para no mover un dedo, cuando no me conmueven las lágrimas ajenas, cuando todo a mi alrededor se derrumba y no cumplo con mi parte, cuando por egoísmo, comodidad o miedo renuncio a luchar contra los tiranos que nos someten y asumo la tragedia como inevitable sin cuestionármelo, cuando me encojo de hombros diciendo “¡Y qué puedo hacer yo!” Siento que mi actitud me empequeñece, mi cobardía me desautoriza, mi silencio me condena, y reniego de mí mismo cuando consiento, callo u olvido... porque me niego a acostumbrarme, porque, pese a todo, aún sigo empeñado en evitar que el dolor me sea indiferente.
1 comentario:
Excelente relato de una, autocrítica, creo que podría definirla con esa palabra.
Muchas veces me siento asi, pero si doy a todo el que me pide, no me hace sentir mucho mejor, a veces, ese bienestar personal por ayudar al otro, es efímero, haces unas cuantas cuadras mas, y habrá mas personas solicitando algun tipo de ayuda.
Sin embargo la no accion, tambien lo frusta a uno y lo hace sentir miserable.
A veces hay que elegir, siento casi un imposible encontrarle el equilibrio a este asunto.
saludos
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