Una de las cosas que considero importantes, quizás la más importante, es conocer en todo momento cuál es tu lugar, no pretender ocupar una posición que te es ajena ni tratar de desempeñar un papel que no te corresponde. Dicho así parece sencillo, pero te aseguro que no lo es, por lo menos para mí. A menudo caigo en el error de solicitar más atención o reclamar una recompensa que no merezco, y cuando me doy cuenta de mi metedura de pata, me castigo duramente por mi estúpida pretensión. Es natural que, a veces, cuando tu vida resulta monótona y poco interesante, busques dar un paso al frente para asumir una responsabilidad mayor y emprender nuevos retos que enriquezcan tu vida, pero casi siempre eso solo lleva a la frustración y el desengaño. Ante todo debes procurar no dejar al descubierto tu incapacidad, asumir tu rol para no quedarte en fuera de juego y renunciar a metas lejanas que en tus desvaríos creíste a tu alcance, no pretender llevar a cabo tareas que no son de tu competencia, esmerarte tan solo en cumplir a la perfección con tu minúsculo papel de actor secundario sin interferir en el buen desarrollo de la obra tratando de ensombrecer al protagonista y limitarte a ocupar ese pequeño y discreto espacio que te ha sido asignado y del que tanto reniegas. Tan difícil como fundamental es ocupar tu lugar, esperar paciente en silencio, asumir tus límites con humildad y tus carencias con resignación, dar un paso atrás cuando es necesario y observar desde la sombra la dicha ajena de la que no fuiste invitado a participar, no pedir nunca más de lo que estén dispuesto a entregarte, conformarte, aceptar, asentir... darte cuenta de que no eres tan importante como por un momento te habías imaginado y que, en realidad, no significas nada para nadie, pues en toda esta inmensa farsa no eres más que un simple figurante.
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