Nos resistimos a darle un nombre a las cosas, como si al carecer de él pudiéramos aún mantener la esperanza de que lo que nos ocurre sea algo diferente y menos grave. Poner nombre es como establecer una sentencia definitiva para la que no cabe recurso, una penitencia de obligado cumplimiento de la que nada ni nadie nos salvará. Tenemos miedo a las palabras, como si las palabras fueran las causantes de nuestros males, como si creyéramos que lo que no se nombra no existe. Por eso callamos ante la adversidad, preferimos pensar en otra cosa para distraer nuestra mente y engañarla con dudas irreales, no queremos saber lo que nos pasa y nos acogemos al silencio como refugio. Pero nada de eso sirve, porque solo dándole un nombre podremos comenzar a recuperarnos.
2 comentarios:
Sabias palabras Bernardo , un saludo!
Gracias. Saludos
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