Ayer intenté escribir un mail a una persona de la que hacía mucho tiempo que no sabía nada, pero al parecer su dirección de correo electrónico había dejado de existir y pensé que quizás nunca más volvería a tener noticias suyas, porque no tengo otro medio de ponerme en contacto con ella; y en ese momento recordé a todas esas personas que pasaron por mi vida hace tiempo y desaparecieron un día sin previo aviso, quizás para siempre.
Algunos de ellos marcaron aquellos días, compartimos instantes felices o nos ayudamos en los malos momentos, personas que fueron muy importantes para mí en una época decisiva para todos nosotros, y lo más probable es que nunca vuelvan.
A veces pienso en buscarlos de alguna manera, pero pronto desisto, porque sé que aunque volviéramos a encontrarnos daría igual, porque habríamos perdido esa particular conexión que teníamos entre nosotros y cualquier esfurezo por recuperarla sería inútil, como lo es cada intento de recuperar el pasado.
Son recuerdos hermosos pero que causan un dolor inconsolable que el olvido se encarga de ir sanando día a día, hasta que en ocasiones como esta algo nos los recuerda y se vuelve a abrir torrencial la herida por la que mana implacable el dolor desgarrándonos por el ayer perdido.
Este post va dedicado a todos ellos.
Aunque sé que nunca lo leerán.
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