lunes, junio 28, 2010

Llevo toda la vida “replanteándome” las cosas. Nuevas situaciones conllevan nuevos compromisos. Y sin embargo nada cambia en lo esencial. Al final acabas haciendo las mismas cosas (con otro aspecto no demasiado diferente), la misma gente (con otros nombres o rostros similares), las mismas decepciones (con otras semejantes expectativas frustradas). Los cambios sólo afectan a lo superficial, a la apariencia fugaz de las cosas, no es para tanto, al final seguimos siendo los mismos pobres diablos incapaces de mejorar nada.

lunes, junio 21, 2010

No suelo creer en supersticiones ni siquiera en la fortuna, pero aún siento que existen señales reales que sirven para cambiar nuestro camino; quizás no grandes acontecimientos, en los que desconfío, sino pequeñas anécdotas aisladas que nos hacen replantearnos las cosas tal y como las veíamos hasta entonces, algo en apariencia sin importancia que nos hace detenernos y pensar ¿estás seguro de que eso es lo que quieres hacer?; porque a menudo nos dejamos llevar por la inercia del tiempo que nos empuja hacia lugares extraños a los que nunca nos planteamos viajar y sólo esos signos fugaces durante el trayecto nos indican posibles salidas alternativas de un destino que probablemente no sea el nuestro sino una senda errónea que alguien o algo nos hizo tomar sin pararnos demasiado a valorar sus efectos. Ya lo sabía la santa y tantos después, pero nunca viene mal recordarlo, la mayoría de nuestros lamentos proceden de nuestras propias elecciones equivocadas más que del fracaso por lograrlo. Tarde o temprano la mayoría de las cosas que andamos buscando se acaban por alcanzar si se pone el necesario tiempo y empeño, pero es sorprendente lo poco que, con frecuencia, nos gusta el resultado.

jueves, junio 17, 2010

Nada perturba esta calma plena flotando sobre recuerdos desgastados. Has superado cada ausencia, cada fracaso, después de tantas renuncias y esfuerzo no salió mal la jugada, no lamentas, no añoras, no ansías, todas las expectativas fueron cumplidas superando tus carencias, y en esta asfixiante tarde de verano valoras lo que quedó atrás: cuerpos abandonados, pérdidas reparables, nunca has dudado, siempre tuviste una respuesta, ninguna pregunta más en el aire, nunca flaqueó tu firmeza, y entonces surge la duda como un incómodo invitado inesperado, un eco repetido en tu conciencia, después de todo te preguntas si habrá merecido la pena.

viernes, junio 04, 2010

Yo ya sabía que lo nuestro no iba a funcionar, víctimas del invierno en busca de un calor furtivo, confundiendo señales y gestos caímos en su trampa inevitable, no es que “no estábamos hechos” ni otras tonterías, era tan sólo que no había manera de encajar aquello por más que forzáramos la situación, como un puzzle de dos piezas irreconciliables. Nuestra historia era la “crónica de un fracaso anunciado” y sin embargo, no sé cómo tú aún parecías no darte cuenta de nada, como si durmieras, y ya sabes, es peligroso, dicen, despertar a los sonámbulos; pero, perdonarás mi desconfianza, me resisto a creer sincera tu inocencia, entregada a construir un futuro sin cimientos vulnerable al menor contratiempo, ignorando mi indiferencia atribuida tal vez al temor manifestado, diseñando un mañana falaz, proyectos con fecha por determinar perpetuamente aplazados, como si no fuéramos a dejar de ser jóvenes, pero no nos importaba y así yo me acogía a tu juego tramposo aunque no nos creíamos el personaje, arrastrados por la costumbre nos deslizábamos por el tobogán de los días empujados por la fatal inercia que consagró nuestros hábitos, cansados de cruzar todos los caminos errados, agotando el derecho a equivocarnos como si nuestros actos carecieran de efectos, y yo no sabía decirte que no, que nunca, que nada tenía sentido, resistirme a tu brutal aparente firmeza invadiendo todas mis fronteras, reventando frágiles diques, temiendo el inevitable momento en que todo estallaría sin remedio, convencido de que tampoco tú creías en esto y ni siquiera hubo un desencuentro, ningún motivo claro para vaticinar el final, no me preguntes por qué, carezco de respuestas, no sabría decir en qué momento ocurrió pero apareció ante mí como una verdad irrefutable que no me atrevía a confesar, temeroso tal vez de ser delatado por mis palabras, avergonzado de mi descubrimiento eludía conversaciones inconvenientes sintiéndome culpable de mis silencios mientras compartíamos momentos destinados al olvido trazados sin esmero que ya no pretendemos recuperar, conscientes de nuestras carencias; y sin embargo aquí estamos, empeñados aún en prolongar este error sin complejos, aunque ya no seamos aquellos suicidas inocentes disfrutando de la caída cuando nadie daba un duro por esto, ni siquiera nosotros mismos, y seguimos sin entender por qué nos resistimos a reconocer la derrota.