domingo, julio 13, 2003

Al final alguien accedió a entregarme la receta de la felicidad. Cuando fui a comprar los ingredientes me dijeron que no les quedaba nada de eso. Así que tuve que conformarme con buscar sustitutos que han acabado dando una extraña mezcla poco parecida al original. Pero por ahora esto es lo que hay y después de todo, el resultado tampoco sabe nada mal.

Se fue sin decir adiós. Se fue intentando aparentar que nunca estuvo aquí, a veces incluso lo creo. Arrepentida, tal vez, avergonzada, quizás, un día decidió tomar la primera salida sin mirar atrás para no volver más. No le culpo de nada. Si acaso a mí mismo. Y me he dicho que la nostalgia es una enfermedad leve que acaba curándose sin dejar huella, pero hay casos que se complican. Otros llegaron después, siempre hay otros, pero ninguno pudo llenar ese hueco, particular e imborrable, que ella dejó al partir sin decir adiós y en el que a veces pongo flores para hacer más bella la ausencia.


Estaré unos días ausente. Cuántas veces he deseado salir de aquí y ahora me da pena irme siquiera unos días. Porque yo no quería huir de este lugar sino de mi vida, pero esta irá conmigo a todas partes como una carga invisible de la que es imposible desprenderse. Rechazo esta manera de vivir, pero me irrita alterar mis costumbres, tengo que acoplarme al ritmo de otros, no soy capaz de reivindicar mis preferencias y defender mi territorio de libertad. Pero me dejo vencer fácilmente, cualquiera invade mi espacio y me impone sus costumbres y maneras. Es el problema de quien no se siente seguro de nada, puede llegar cualquiera con su avasalladora seguridad y convencerte de que estás equivocado. Y es que no todo el mundo acostumbra a dudar de sus convicciones.

sábado, julio 12, 2003

No veré más al hombre del tiempo. No leeré el horóscopo a escondidas. No escucharé a videntes, profetas o iluminados. Ni siquiera consultaré la programación de tv. Tampoco creeré promesas ni haré planes nunca más. Cada día será una sorpresa, da igual si buena o mala. Lo que no quiero es seguir haciendo de mi vida algo demasiado previsible.

Teníamos prisa por llegar a algún sitio, pero ese sitio no existía, no al menos para nosotros. Y así confundimos el camino hasta llegar a este callejón sin salida del que somos incapaces de desprendernos. Creíamos que no podíamos equivocarnos, que teníamos la razón y así nos lo confirmaban los hechos. Que todo había sido un gran error comenzamos a darnos cuenta tarde, ahora, cuando ya nuestro tiempo pasó, y todos los demás que iniciaron el camino con paciencia a gran distancia aprendiendo de nuestros fallos nos han rebasado, quisiéramos que el tiempo fuera sólo una invención que pudiera manejarse hacia atrás o adelante a nuestro antojo, y resignados a esta injusta derrota, sólo sabemos lamentarnos y maldecir nuestros errores, nuestra prisa impuesta que nos condujo a ningún sitio y dejarnos caer al vacío confiados disfrutando del vuelo antes del impacto final.

viernes, julio 11, 2003

A veces voy a la estación y veo pasar los trenes. Sueño que subo en ellos y viajo por lugares llenos de luz y belleza. Siento la tentación de subir, de alejarme de esta vida indigna a la que nada me ata, de huir para siempre sin dar explicaciones, y durante horas vivo en mi imaginación esa vida nueva que los trenes prometen. Cuando vuelvo a casa tengo una sensación contradictoria de haber estado con la mente en países lejanos mezclada con una rabia enorme por seguir atrapado aquí. Sigo acudiendo allí con frecuencia, a observar cada día nuevos trenes que ni siquiera sé a dónde van pero que auguran una vida mejor, con la esperanza de algún día ser capaz de agarrar uno de ellos y dejar de conformarme con escapar de aquí sólo con la imaginación. No sé si algún día me atreveré a subir al tren.


Salgo a la calle en busca de alguien. No sé a quién busco, pero siento que alguien allá afuera me llama. Recorro los lugares más concurridos buscando desesperadamente a esa persona que pueda ofrecerme un poco de calor y me pierdo por los rincones más insólitos, por sitios que nunca imaginé que pudieran existir y a los que no volveré, y voy dejando atrás mis esperanzas de hallar a nadie, un rastro de decepción se desprende a mi paso. He visto mucha gente, pero todos eran iguales, los mismos rostros vulgares, las mismas sonrisas postizas, la misma ingenuidad desafiante, pero no he visto a quien yo buscaba, ni un solo gesto amigo, ni una mirada comprensiva, ni una palabra de aliento. Quizás he buscado en el sitio equivocado, quizás esa persona no exista, pero al final de la noche, cuando regreso a casa cansado y derrotado invocando un hogar que no existe, tengo la certeza de que he encontrado a esa persona que buscaba, ese alguien que ya estaba aquí cuando salí, el único que puede comprender algo de lo que siento, yo mismo.

miércoles, julio 09, 2003

Estoy cansado. Cansado de todo esto, de tener que seguir insistiendo con las mismas cosas sin sentido, de no saber por qué hago lo que hago, de perder el tiempo y todo lo demás, de querer lo que no tengo y de tener lo que no quiero, de buscar imposibles y de proclamar mi derrota en el vacío. Y por supuesto, también estoy cansado de escribir. Puede que sólo sea el verano, puede que el calor derrumbe mis ganas de hacer nada, que esta crisis sea sólo una tregua para reflexionar y tomar impulso, o puede que sea para siempre, puede que sea la rendición definitiva, el reconocimiento de mis limitaciones, la deserción del deseo. Es un cansancio que se instala en mi mente y contagia todo mi cuerpo hasta impedirme la más mínima acción. Es un cansancio que va más allá de lo psíquico, es una sensación de hastío que se convierte en algo físico y al mismo tiempo espiritual. Es la sensación de luchar contra molinos de viento y saber que no puedes vencerles pero que algo te obliga a hacerlo. Me siento un extraterrestre en este mundo absurdo, sus costumbres, sus placeres, sus creencias, sus ideas, son para mí incomprensibles. Sólo veo gente que intenta aparentar lo que no es, fachadas pomposas que ocultan un solar, sonrisas falsas que encubren lágrimas solitarias, cuerpos perfectos que encierran una mente atrofiada. Todo mentiras, sólo imágenes ficticias que prometen lo que no pueden ofrecer. Y todo bajo una uniformidad aplastante, hay que ser de una manera que se supone es la oficial y no caben disidencias, pero yo ni quiero ni sé ni puedo ser así, yo no impongo a nadie mis manías, particulares y discretas, por lo que sólo pido que no me impongan las suyas, aunque ellos sean mayoría y yo sólo una hormiga perdida en un planeta extraño buscando un agujero en el que esconderse del caos. Yo no sé de dónde he venido, pero al parecer mi hogar debe estar aún muy lejos.

jueves, julio 03, 2003

No todos tenemos la misma facilidad para olvidar. Hay gente de naturaleza amnésica que pasa de unas personas a otras sin escrúpulos ni apenas pestañear y escasamente tiene momentos de nostalgia que le hagan cuestionarse si no se habrá equivocado. Otros no tenemos esa habilidad, aunque quisiéramos tenerla para no estar siempre a vueltas con el recuerdo, esclavos de una memoria tiránica que nos obliga constantemente a echar de menos lo ausente. Igual que hay quienes ejercitan su memoria, yo soy todo un atleta del olvido, aunque eso sí, de escasas cualidades, porque toda mi dedicación obtiene pobres resultados. Envidio a quienes se quejan de su mala memoria, yo siempre lo hago de mi mal olvido, no saben lo que ganan con ello, y es que nadie valora nunca lo que tiene sino lo que ha perdido. Yo que tan poco me acordaba de ti cuando estabas cerca y tanto ahora.