martes, junio 17, 2025

No estoy mal, pero he tenido días mejores. No soy viejo, pero tampoco joven. No soy pobre, pero tampoco rico. No estoy triste, pero tampoco contento. No estoy mal, pero tampoco bien. Quizás no te has dado cuenta, pero hace tiempo que no sonrío. Vivo instalado en la mediocridad que detesto. Tal vez no debería quejarme pero me quejo. La verdad es que no tengo motivos poderosos para hacerlo, incluso tendría que estar agradecido por todo lo que tengo, pero aun así no me conformo con nada. Habrá quien me considere un privilegiado y un caprichoso que no sabe lo que quiere, pero eso no atenúa el vacío que siento. Cumplo con mis obligaciones sin ninguna pretensión, hago las cosas solo porque debo hacerlas, actúo como un autómata, no tengo grandes alegrías ni tampoco grandes penas. Estoy en modo supervivencia, solo sigo respirando y vivo por inercia. No espero con ilusión los fines de semana ni las vacaciones. No participo de la fiesta ni tengo nada que celebrar. Siento que pierdo el tiempo todo el rato, que lo que hago no sirve de nada, que todo esfuerzo es inútil. Todo es gris, plano, aburrido... como si vivir así no valiera la pena. Me da igual si algo pasa o deja de pasar. Nada despierta mi interés ni me produce demasiado rechazo. Nada está mal, pero no es lo que imaginaba. No me ocurre nada malo, pero siento que mi vida no funciona como debería. Sigo esperando sin saber qué. Vivir así no duele, pero cansa. Pero seguiré diciendo que todo está bien cada vez que me lo preguntes.


 

martes, junio 10, 2025

Tal vez el problema sean las expectativas. Cuando nada te satisface y sientes que te falta algo, no queda más remedio que acoger la renuncia. Las horas vacías se vuelven eternas y no hay una rendija por la que entre el aire. Sientes que todo lo que te pasa es culpa tuya y no encuentras razones para el optimismo. Entre el trabajo y el supermercado, comprendes que nada va a cambiar y se suceden en bucle los días malos, como un laberinto sin salida, una cadena perpetua de la que nadie puede salvarte ni tampoco lo esperas. Aprendes a moverte entre lo gris, a fingir cierta normalidad, a responder "todo está bien" cuando por dentro solo hay ruido. Te acostumbras a vivir en modo automático: te levantas, haces lo que se espera de ti, hablas lo justo, finges que no pasa nada... Porque decir la verdad (que estás cansado, que te sientes vacío, que ya no puedes más) incomoda y ni siquiera sabes cómo explicarlo. La esperanza, cuando aparece, es fugaz, y suele estrellarse contra la evidencia de los días iguales. Hay momentos en los que quisieras romper con todo, huir y empezar de cero, pero incluso eso te parece inalcanzable, un lujo reservado para otros. Dejas de buscar sentido, porque ya lo has hecho demasiado tiempo sin hallar nada. Y entonces, poco a poco, te instalas en la indiferencia, sin esperar nada de nadie, ni siquiera de ti, como una forma de rendición silenciosa. Observas a los demás, con sus risas y sus dramas cotidianos, como si estuvieran al otro lado del cristal, como si el mundo siguiera girando y tú te hubieras detenido en un punto muerto, invisible para todos, como si la vida pasara a toda velocidad por delante tuya sin detenerse. Y sigues haciendo cada día lo mismo: abres los ojos, te vistes, sales al mundo... con esa mezcla de resignación y silencio, esperando que al menos no empeore, no porque tengas fuerzas, sino porque no tienes alternativa, porque no hacerlo tampoco cambiaría nada. No tienes grandes ambiciones, no reclamas nada, no buscas la perfección, tan solo algo sencillo y amable que no duela.


 



 

viernes, mayo 30, 2025

Nos empeñamos en que los demás hagan lo que nosotros haríamos. Queremos que el otro sienta como nosotros, piense como nosotros, actúe como nosotros actuaríamos ante una situación determinada. Pretender que todos se comporten como tú es ingenuo. No puedes pedirle a un pájaro que nade ni a un pez que vuele. Si no lo hace, no es culpa suya. Hay quien nunca será puntual, por más que lo intente, quien olvidará inevitablemente las fechas importantes, quien será siempre desordenado y quien es incapaz de devolver el cariño que recibe. Juzgar a alguien por no actuar como esperamos es injusto y frustrante. No podemos exigir a los demás que cumplan nuestras normas y expectativas, porque esa no es su naturaleza. Un pez fuera del agua terminará muriendo. El problema es cuando de repente los pájaros se vuelven peces y viceversa. Entonces no sabes si te has equivocado tú o te han engañado. Te dirán que siempre fue así, que no han cambiado, que te confundiste, pero aún recuerdas cuando surcabais los cielos de la mano. Yo también he intentado muchas veces aprender a nadar, me he esforzado en lograrlo a pesar de mis carencias, pero al final siempre acabo ahogándome. No podemos pretender ser quienes no somos solo para encajar, sino que debemos encontrar un lugar donde nos acepten y dejar de disfrazarnos para fingir ser otro. Por eso, procuro no pedir a nadie aquello de lo que no es capaz, pero aún sigo confundiendo peces con pájaros.


 

martes, mayo 27, 2025

Por desgracia, en esta vida (tampoco conozco otra) hacer lo correcto no siempre es lo más conveniente. Cuando todo el mundo busca esquivar los problemas haciendo equilibrismo para no caer al vacío, empeñarte en mantenerte firme en tus decisiones puede traerte problemas. Tener la razón no te garantiza nada. Habrá quien esté dispuesto a darle la vuelta a las cosas hasta dejarte con el culo el aire. En esos momentos es cuando te das cuenta de que nadie va a mover un dedo por ti y que tus problemas son tuyos y de nadie más, por lo que te planteas si merece la pena luchar por lo que consideras justo. Mientras tanto, quienes están dispuestos a vender su alma a cambio de un poco de tranquilidad y avanzan tomando todos los atajos y haciendo trampas sin rubor viven plácidamente sin rastro de mala conciencia y reciben a cambio los aplausos de la multitud. Cuando todos a tu alrededor se dejan llevar por la corriente sin oponer resistencia, es muy difícil permanecer fiel a tus principios, pero no tienes otros. Admiro a quienes tienen las cosas claras, a quienes ante la tempestad no se quiebran y no tienen un momento de debilidad. No sé si yo sería capaz de hacerlo. Al fin y al cabo se trata de hacer balance entre lo que ganas y lo que pierdes, y a veces una renuncia es la mayor victoria. Puede que hacer lo que crees correcto no te conceda ninguna recompensa sino solo quebraderos de cabeza, pero es lo único que puedes hacer para estar en paz contigo mismo.


 

lunes, mayo 19, 2025

Alejarse de un lugar no parece difícil. Consiste en ir dando pasos cada día en dirección opuesta sin caer en la tentación de volver la vista atrás. No es necesario que sean demasiados, tan solo hay que tener constancia y no desfallecer en el intento. Cuando te quieras dar cuenta, el pasado será solo una mancha borrosa en el horizonte y un recuerdo cada vez más débil que habrá dejado de doler porque ya no importará. No necesitas hacerlo de forma brusca y que resulte traumático, no debes siquiera despedirte ni hacer balance, sino tan solo mirar hacia adelante y caminar con firmeza, sin pensar en lo que dejas atrás. Es triste, pero no puedes quedarte toda la vida donde no te valoran ni te aprecian, en un lugar extraño al que ya no perteneces. Parece fácil, pero en realidad no lo es para mí, cada paso me cuesta sudor y lágrimas, como si mis pies pesaran toneladas, el camino se vuelve intransitable, me asfixio, me pierdo, me asalta la duda y tengo miedo. A menudo caigo en el error de caminar en la dirección equivocada y me doy cuenta de que apenas he avanzado por mi estúpida manía de echar de menos. Marcharse de un lugar donde en algún momento quisiste quedarte a vivir no es sencillo, pero a veces es necesario, aunque duela, sangre y parezca que no podrás soportarlo. Te resistes, negocias contigo mismo una prórroga, una última oportunidad, pero al fin comprendes que este no es tu lugar y que debes marcharte para siempre, aunque sepas que la nostalgia estallará en el momento más inoportuno para hacerte arrepentirte de haber tomado la decisión correcta.


 

martes, mayo 13, 2025

De pequeño me enseñaron que ser, estar y parecer son verbos copulativos, pero son cosas muy distintas. Hay quien parece pero nunca está, quien no está donde es ni se le espera, quien es lo que no parece y quien está aunque no lo parezca. Pero hay quien se empeña en confundir los verbos: ser con tener, querer con interesar y ofrecer con dar limosna. También me enseñaron que es de bien nacidos ser agradecidos, que hay que dar a quien te da sin pasar la factura y que todo nuestros actos conllevan una responsabilidad, aunque no queramos asumirla. El error es creer que tus valores son también los de los demás, y esperar que hagan lo que tú harías en su lugar. He aprendido a aceptar aunque duela, a consentir sin asentir, a soportar solo lo soportable, ya no espero que ocurra algo que nunca antes ocurrió, no confío en que nada cambie por arte de magia y no creo más que lo que veo con las gafas puestas. Es una cuestión de qué elegimos y a qué renunciamos, y sé que no soy una prioridad para nadie. Es cierto que para todo hay una explicación, pero eso no justifica nada. Yo también tengo una larga lista de excusas favoritas, por si hace falta utilizarlas cuando no me apetece hacer algo, algunas están muy vistas, otras son realmente buenas, pero todas son mentira. La verdad es que no lo hago porque no me importa, que renuncio a fingir un interés que no tengo y que no quiero estar con quien no es lo que parece.