miércoles, abril 24, 2024

Tardé mucho tiempo en darme cuenta de que era esto lo que buscaba. Instalado en la insatisfacción permanente, fui incapaz de reconocer la excelencia. Me afanaba en perseguir espejismos remotos, combatía enemigos invisibles y nada de lo que existe me resultaba suficiente. Todo era poco y lo mucho me hastiaba. Despreciaba cualquier logro o reconocimiento, como si todo perdiese su valor al tenerlo entre mis manos. Pretendía convertirme en alguien que en el fondo detesto y soñaba cosas que si hoy me las ofrecieran rechazaría sin dudar. Pero ahora me doy cuenta de que esa no era la vida que quería, sino la que me habían hecho creer que deseaba. Siento la armonía de este instante inigualable y reconozco que nada me falta, aunque a veces me queje por vicio para no caer en la autocomplacencia. Admito que tengo todo lo que necesito, si no más: una familia perfectamente imperfecta, pocos amigos pero verdaderos, un trabajo lo suficientemente complejo y satisfactorio para hacerme sentir útil y valorado, un espacio privado donde refugiarme cuando afuera truena, algunas metas superadas y otras tantas aún por alcanzar sin obsesionarme con ellas, un tiempo para reír y otro para llorar y unas cuantas manías con las que mantener ocupada mi cabeza. No envidio a nadie ni me cambiaría por ninguno. No echo de menos lo perdido ni tengo miedo a lo que vendrá. Hoy puedo decir que he llegado, y que este es el lugar donde quiero quedarme para siempre.



sábado, abril 20, 2024

El tiempo de la espera es el más difícil. No puedes hacer nada para que llegue el momento deseado, pero tampoco puedes dejar de pensar en él. Lo peor es la duda de si llegará o no. El tiempo se expande y tu vida se convierte en una sala de espera sin que tengas ni idea de lo que hay al otro lado de la puerta. Tratas de entretenerte con ocupaciones insustanciales que distraigan la espera sin apartarte de tus metas. Al principio esperas con ilusión, con confianza, con la certeza de que, tarde o temprano, lo que ansías sucederá y todos tus sueños se harán realidad, porque así te han enseñado a pensar. Pero poco a poco la esperanza se transforma en incertidumbre, para dar paso a la impaciencia y finalmente a la desolación. Piensas que ya es tarde y que nada sucederá como te lo habías imaginado, pero entonces una señal furtiva renueva en ti el deseo y te hace creer de nuevo en tus fantasías. Nos pasamos la vida esperando, aunque no sepamos muy bien qué. Imaginamos siempre que nos aguarda un destino ideal, como si cualquier tiempo futuro fuera mejor. Ponemos todas nuestras esperanzas en lo que vendrá, repitiéndonos ingenuos que lo mejor está por llegar y que el mañana solucionará tus problemas, pues ya sabes que el tiempo todo lo cura. Pero no es así, no hay un futuro esplendoroso aguardando a la vuelta de la esquina y no tiene sentido esperar que ocurra algo distinto a lo que siempre ha ocurrido, menospreciando a cambio el brillo del presente, como si solo tuviese valor lo que se fue o lo que aún no ha llegado. Lo más difícil en combinar la esperanza con la celebración oportuna que merece el momento actual y no dejar que tu vida dependa de la remota posibilidad de que suceda lo improbable.


 

lunes, abril 08, 2024

Practico con asiduidad el noble arte del arrepentimiento, lamento puntualmente las ocasiones perdidas, reniego de mis frecuentes desvaríos y pido perdón a los damnificados de mis acciones. No soy de esos que presumen de no arrepentirse de nada, tratando de mostrar una seguridad que en el fondo no poseen. Me resulta una actitud hipócrita y presuntuosa que, por otra parte, también disculpo. Asumir las consecuencias de tus actos no implica estar orgulloso de ellos. Yo en cambio suelo arrepentirme de casi todo. A veces pienso que todo lo hago mal y que, si alguna vez he acertado, fue de casualidad. Pero la realidad es que, si analizo de forma global mis infinitos errores, considero que el resultado no está nada mal y que no tengo motivos para la queja ni el desprecio, por lo que no debería avergonzarme de mi pasado. Tal vez soy demasiado duro conmigo mismo y no me perdono cosas que en los demás ni siquiera percibo. Puede que sea mi ingenuo afán de buscar la perfección en todo lo que emprendo lo que me condena a la frustración constante. Tal vez mi educación católica me lleva a considerarme culpable de todo lo que pasa a mi alrededor o incluso en el lugar más recóndito del planeta. Pero no tengo por qué arrepentirme de nada, pues si fallé al menos lo intenté con todas mis ganas, si hice daño fue sin intención. En todo caso, quién estaría dispuesto a tirar la primera piedra. Así que a partir de ahora voy a procurar mirar solo hacia delante y dejar de lamentarme por todo lo que no logré, porque no tiene más valor lo perdido que este exquisito rincón en el que me encuentro.