domingo, junio 01, 2003

Caer era un lujo que no podíamos permitirnos porque sabíamos que no seríamos capaces de volver a levantarnos. Nuestras rodillas desgastadas, nuestros músculos cansados, nuestra voluntad vencida, se sabían impotentes para reanudar el ascenso. Así que no nos atrevíamos a subir muy alto ni a aventurarnos demasiado lejos, volar no entraba dentro de nuestros planes porque conocíamos que la caída sería aún más dura de lo imaginado, por lo que nos movíamos en una monotonía asfixiante. Todos nuestros actos eran medidos hasta el absurdo, cada palabra buscada en el diccionario, nuestros gestos analizados hasta convertirnos en expertos actores, con lo que todo era demasiado aburrido, demasiado falso.
Un día, cansados de tanta frialdad y necesitados de un calor cercano, nos embarcamos en un vuelo temeroso sin pensar en sus consecuencias. Sabíamos que unos pies de más derretirían nuestras alas, que después de aquello no habría marcha atrás posible, pero allá arriba, durante un breve tiempo sentimos al fin el fuego en nuestras almas y comprendimos que la vida moraba en aquellas alturas y todo lo demás era un simulacro. Naturalmente aquello no podía durar, y caímos para no volver a levantarnos jamás, pero ahora, cuando me siento en el fondo de la más profunda sima, me complazco recordando aquellos momentos y puedo decir que al menos por una vez me sentí vivo.


No hay comentarios: