domingo, mayo 06, 2018

Tener hijos es tener miedo. Desde el mismo instante en que nacen no puedes dejar de pensar en todos los peligros que les acechan. Te conmueve su fragilidad y encomiendas tu vida a la noble misión de protegerles. Cada leve queja, cada gemido en la noche, cada grito de dolor, cada estornudo o unas décimas de fiebre suponen un nuevo motivo de preocupación, e incluso cuando no los hay, sigues buscando alguno. Te sorprende lo que eres capaz de hacer por ellos, descuidas tu propia salud y pasas por alto cualquier señal de alarma que emite tu cuerpo. Empiezas a descubrir peligros que nunca sospechaste y desconfías del más inofensivo de los juegos. Tal vez, me digo, no debería ser tan obsesivo, tal vez no hay razón para tomar tantas precauciones, tal vez sea excesivo tanto desvelo, pero lo que más temo es que llegue ese día en que deje de tener miedo por ellos.

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