viernes, junio 15, 2018

Habíamos coincidido allí por casualidad, tras las agotadoras tareas del día a día nos encontramos sin haberlo planeado, intercambiamos unas palabras casuales, al principio tímidas y con desgana, incluso con cierta desconfianza, prevenidos como estábamos tras tantas decepciones anteriores, sin querer desvelar demasiado, como los desconocidos que aún éramos, sabiendo que otras veces nos sentimos defraudados. Poco a poco fuimos relajándonos y abriendo la puerta un poco más hasta dejar caer todas las precauciones, confesando deseos y secretos casi sin darnos cuenta, sintiéndonos cada vez más cómodos, antes de regresar a casa satisfechos y agradecidos por la singular belleza de estos raros e inolvidables momentos inesperados.

1 comentario:

Ikana dijo...

Los mejores momentos hay que atesorarlos en la memoria, y desechar lo malo.