sábado, junio 09, 2018

Hay que aprender a convivir con la ausencia como una enfermedad crónica o un defecto congénito no demasiado grave. Puede resultar incómodo e incluso provocar molestias cada cierto tiempo, pero sabes que no te matará. Acabas acostumbrándote, te resginas a su presencia callada y la mayor parte del tiempo no le das importancia, pero, aunque trates de no pensar en ello, sigue estando ahí, escondido en algún lugar de tu cuerpo o de tu mente, acechando el momento más inesperado para provocarte un dolor súbito que te deja aturdido durante horas o días. No hay nada que puedas hacer. Como una cardiopatía de nacimiento, un aneurisma cerebral o un colón irritable, hay ausencias que nada puede curar y se quedan para siempre contigo dejando su huella irremediable, como una amenza latente de la que sabes que nunca estarás del todo a salvo.

1 comentario:

Ikana dijo...

Hay que llenar el vacío o poner una malla protectora en torno a él para no caerse dentro