lunes, noviembre 12, 2018

Vivir es elegir y elegir es renunciar, tomar decisiones que te comprometen, escoger un camino a seguir, una respuesta, un modo de estar en el mundo, romper los diques que aprisionan las aguas y dejar que fluyan hacia su destino sin obstáculos. No hacerlo supone en cambio dejar de actuar y que tu vida se estanque en una apatía insoportable de la que no podrás escapar, perpetuándote sin sentido en un pantano inmutable donde las aguas no circulan y el tiempo parece detenerse. No puedes quedarte esperando a que sucedan las cosas sin intervenir en ellas, permitiendo que el viento dirija tu rumbo y abandonando el timón. Tampoco es posible quedarte con todo, abrazar lo inabarcable y pretender no dejar nada atrás. Prefiero apretar que abarcar. Por eso, aunque me cueste mucho hacerlo, sé que tengo que tomar una decisión, cerrar una puerta para abrir otra, abandonar el sendero que me condujo hasta aquí para iniciar uno nuevo, reconociendo y recordando lo bueno que viví. Nada asegura que mi elección sea la correcta y es muy probable que en un futuro me arrepienta mil veces de ella sea cual sea, pero lo que es seguro es que el mayor error sería no elegir, estancarme en una repetición incensante de gestos inútiles que no me conducen a nada y dejar que el tiempo decida por mí. Por eso medito mucho cada una de mis decisiones y me cuestan tanto todas mis renuncias, pero sé que he de seguir renunciando a muchas cosas, lugares y personas aunque me duela.

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