miércoles, septiembre 25, 2019

Decir adiós en voz baja, despedirse en silencio con apenas las miradas, tomar la próxima salida a cualquier otra parte sin poner los intermitentes, refugiarse en el ruido ensordecedor para no escuchar en tu cabeza palabras amargas, buscar un nuevo espejismo en las luces de neón de la ciudad, alejarte sin rencor ni reproches de aquello que perseguiste forzado por la necesidad, la misma que te hizo ver lo que no había, completando con la mirada todo lo que al cuadro le faltaba, como unos zapatos bonitos que te empeñas en calzarte aunque no sean de tu talla. Tan distintos, tan opuestos, desconocidos que el azar reunió y compartieron penas y glorias sin convertir nunca en propias las ajenas. Hoy sabes que ha llegado el momento de sembrar la distancia, que cada día crecerá un poco más haciendo el recuerdo impreciso y el dolor vulgar y pequeño, como si no perdieras más que al tirar sin nostalgia un viejo objeto cotidiano al contenedor del olvido, cuando al fin comprendes, aunque duela, que tampoco es la persona que creías que era.

3 comentarios:

Rita dijo...

A veces ocurre, si, que la persona no la que nosotros creíamos. En estos casos es mejor marcharse, sin más. no esperar ni un minuto. Feliz noche.

Susana dijo...

Una historia muy real. Un beso

brenllae9@gmail.com dijo...

Necesitamos también desasirnos de las cosas y de las personas. Saber decir adiós, creo que al menos para muchos, me incluyo, es una tarea pendiente. Saludos.