lunes, abril 08, 2024

Practico con asiduidad el noble arte del arrepentimiento, lamento puntualmente las ocasiones perdidas, reniego de mis frecuentes desvaríos y pido perdón a los damnificados de mis acciones. No soy de esos que presumen de no arrepentirse de nada, tratando de mostrar una seguridad que en el fondo no poseen. Me resulta una actitud hipócrita y presuntuosa que, por otra parte, también disculpo. Asumir las consecuencias de tus actos no implica estar orgulloso de ellos. Yo en cambio suelo arrepentirme de casi todo. A veces pienso que todo lo hago mal y que, si alguna vez he acertado, fue de casualidad. Pero la realidad es que, si analizo de forma global mis infinitos errores, considero que el resultado no está nada mal y que no tengo motivos para la queja ni el desprecio, por lo que no debería avergonzarme de mi pasado. Tal vez soy demasiado duro conmigo mismo y no me perdono cosas que en los demás ni siquiera percibo. Puede que sea mi ingenuo afán de buscar la perfección en todo lo que emprendo lo que me condena a la frustración constante. Tal vez mi educación católica me lleva a considerarme culpable de todo lo que pasa a mi alrededor o incluso en el lugar más recóndito del planeta. Pero no tengo por qué arrepentirme de nada, pues si fallé al menos lo intenté con todas mis ganas, si hice daño fue sin intención. En todo caso, quién estaría dispuesto a tirar la primera piedra. Así que a partir de ahora voy a procurar mirar solo hacia delante y dejar de lamentarme por todo lo que no logré, porque no tiene más valor lo perdido que este exquisito rincón en el que me encuentro.


 

1 comentario:

Recomenzar dijo...
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