jueves, septiembre 26, 2002

Salir a la calle y descubrir todo por vez primera es un placer indescriptible y al alcance de muy pocos.
Agotado después de la caminata me siento en un banco en el parque al atardecer y cierro los ojos sin miedo e imagino cómo sería mi vida antes de toda esta locura.
Me gusta pensar que fui feliz, me gusta verme en este mismo lugar en compañía de alguien, cogidos levemente de la mano, con los ojos cerrados como ahora y unos labios cálidos calmando la sed de los míos.
Y mientras imagino recordar siento de nuevo esa presencia amda junto a mí. Siento esos labios suavemente posarse en mi mejilla como un suspiro. Sé que al otro lado de mis párpados cansados está ella, pero no me atrevo a abrirlos porque temo que se desvanecerá con la luz. Así que he pasado mucho tiempo de esa manera, sentado allí sin mirar afuera y sintiéndome bien por primera vez en muchos días.
Cuando he abierto los ojso por fin y he mirado a mi alrededor he visto unas huellas sobre la tiera húmeda del parque que llegaban hasta mí y que juraría que no estaban antes allí. He pensado que no me habría dado cuenta de su presencia pero al llegar a casa me he visto de pasada en el espejo y algo raro me ha llamado la atención y me ha hecho detenerme frente a él para mirarme mejor.
Allí, en mi mejilla,había unos labios perfectamente dibujados de rojo carmín.

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