No me cuentes que hoy fuiste a clase, que anoche saliste por ahi, que tal película te gustó o no. ¿No te das cuenta que tu vida es igual que todas, que a nadie le importa lo que digas o hagas, que da igual si tu equipo ganó, si perdiste una batalla más, si nadie te quiere, si llueve o hace sol?
Siempre hay gente que se empeña en contarte su vida, como si a alguien le interesara. A mí no me interesa ni la mía, cómo me va a importar cualquier otra, y me avergüenzo de la mayoría de las cosas que digo, de explicar detalles carentes de interés, de que mi desnudez aburra. Pido perdón por ello.
Muchas veces, soy débil, lo confieso, siento la tentación de lo vulgar, de dejarme llevar por una vida fácil y anodina, de arrastrarme entre la ignorante masa anónima como uno más, como uno menos. Ser capaz de levantarme cada mañana sin preguntarme por qué lo hago.
Miro a la gente que sonríe ingenua creyéndose felices, esclavos de un mundo que no consiente lo diferente y niega la realidad, y a veces me apetecería, aunque fuera sólo por un momento, estar en su pellejo, ser común, vulgar, mezquino, e incluso divertido, ventajas que concede la inconsciencia.
Pero sé que no es posible, pues ya dijo el poeta (como se dice cuando no sabes quién lo dijo) que temperamento es destino. Y a mí me tocará seguir lamentándome, sufriendo el dolor de estas interminables horas vacías cuando ellos, allá en el parque, pasean confiados alegremente sin temor ni conciencia, empeñados en recordar y ser recordados, mientras yo aquí, como cada noche, me complazco una vez más en el solitario placer del olvido.
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