Estos días se convierten en una continua espera.
Las horas se hacen demasiado largas y vacías, el día pasa y no hemos hecho nada, porque no hay nada que pueda hacerse mientras se espera.
Toda nuestra vida se ve decisivamente condicionada por ese objetivo que aguardamos, más aún cuando sabemos que ya nada depende de nosotros, que uno ya hizo lo que le correspondía y ahora se siente impotente, incapaz de acercarse a la meta, inseguro de si llegará, y nos cuestionamos todo nuestro esfuerzo, volvemos a pensar lo que hicimos, lo que pudimos haber hecho y no supimos, y desearíamos poder volver atrás para cambiar muchas cosas, corregir tantos errores que entonces no veíamos y que empiezan a hacernos pensar que tanta espera sin descanso será finalmente en vano.
Cualquier cosa que empezamos tenemos que abandonarla enseguida, porque, aunque no queramos reconocerlo y tratemos sin éxito de evitarlo, nuestra mente está en otro lugar.
Así que estos días no hago nada, no puedo hacer nada, por lo que ya apenas lo intento, y conforme se acerca el momento definitivo uno piensa que no lo logrará y volveremos a caer una vez más en el desencanto.
Quizás sea mejor así. Que el fracaso no nos pille desprevenidos. Aunque yo ya me estoy acostumbrando a él.
Porque quien espera no puede hacer nada, por eso quizás no he hecho tampoco nada con mi vida, pues ya sabemos que la vida no es sino una larga y hueca espera.
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