Uno espera que alguien venga y lo saque de esta apatía, de esta inercia de la nada en la que me hundo sin remedio. Como si no hubiera comprendido hace tiempo que no va a venir nadie de afuera a solucionar mis problemas. Pero cuando uno está tan metido en su propio dolor prefiere ignorar todo lo que sabe y pensar que las cosas pueden ser de otra manera, aunque no acierte a adivinar cómo ni de cuál.
Quizás es hora de renunciar a lo imposible y aprender a disfrutar de lo que esté a mi alcance. Reconocer que nunca saldré de esto, que es lo único que merezco. Pero que no he de despreciarlo, sino descubrir sus ventajas.
De lo que estoy seguro es de que estos son momentos decisivos en mi vida y que de lo que haga ahora dependerá en gran parte mi futuro. Y son pensamientos como este los que me impiden actuar. Saber que cada gesto es irreversible, que cada palabra me compromete, es una presión demasiado grande que me hace evitar tomar decisiones.
Seguramente me arrepentiré de todo y pensaré que mi vida sería sin duda mejor si no me hubiera equivocado tantas veces en el pasado. Porque uno siempre piensa que se ha equivocado. Que las cosas podrían ser de otra manera, más fáciles, más bellas, mejores. Pero las cosas son como únicamente pueden ser. Y si algo no ocurrió es que nunca pudo haber ocurrido.
Esto son sólo cosas que me digo para pensar que nada depende de mí, que es lo que me realmente me gustaría. Pero ni siquiera yo las creo. Y no por que no lo intente.
Hace frío. Es tarde. Te echo de menos y no te busco, porque sé que tú ya no escuchas. Esa alegría de antes, esa felicidad por momentos... sé que ya no volverá. Como nada vuelve.
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