viernes, mayo 09, 2003

A veces pienso que lo cuido demasiado. Lo trato con excesivo mimo, le consiento todos sus caprichos, lo cobijo en los más seguros rincones de mi hogar, lo arropo para que no coja frío, le dejo hacer siempre todo lo que quiera sin reprocharle nada, le concedo privilegios que no me puedo permitir, pongo en él lo mejor de mí hasta que se adueña de todo mi ser y anula mi voluntad. Me empeño en conservarlo siempre fuerte, en no descuidar su salud lo más mínimo, en alimentarlo en exceso, no permito que se debilite, esforzándome por perpetuar su existencia sin motivo como si fuera lo único que poseo. Me he encariñado con él más de lo razonable, quizás es normal, pero no aconsejable.
No, no merece tanta atención el dolor.

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