martes, mayo 06, 2003

Siempre es igual, apenas desciendo por los escalones del sueño y de nuevo me encuentro con mi pesadilla, siempre atenta, vigilante, dispuesta a perturbar mi frágil estabilidad, hecha de todo aquello que desprecio, de mis dudas más insalvables y mis miedos más ancestrales, unido de forma compacta, sin fisuras, en una pétrea masa repulsiva que impide el deseo.
Cada día me pregunto si continuará allí cuando regrese, atormentándome y complaciéndose en mi desgracia, o si se habrá esfumado milagrosamente, pero ella persevera, es una perversión de todos mis sueños demasiado insistente, asfixiante, demoledora, que acaba con cada soplo de esperanza que alumbro, una visita improcedente, implacable, casi irreal, que nadie ha llamado pero se invita sola.
Me cuesta mantener la fe en que algún día desaparecerá, se desvanecerá con el alba fría como el rocío de la mañana cede al ímpetu de la luz y el calor, pero es mi llama tan débil que no consigue derretir mi horrible pesadilla.
Hasta que amanezca ese día huyo en lo posible de su encuentro, aunque sé que es inevitable su llegada la aplazo y la reduzco al máximo, por eso, cuando cada mañana entreabro los ojos para comprobar si se ha ido y la veo de nuevo allí junto a mí como siempre, esperándome ya inquieta, decido tapiar mis párpados, darme la vuelta y continuar durmiendo.

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