viernes, junio 06, 2003

Conocí a un tipo que creía ciegamente en sus planes, pensaba que nada podría salir mal, lo tenía todo perfectamente calculado, no había espacio para la sorpresa en el futuro, confiaba en sí mismo por encima de cualquier impedimento, creía tener todos los ases en la mano y alguno más escondido en la manga por si acaso. De pronto un día algo tan insignificante como vital se torció, y todo el castillo de naipes se vino abajo en un segundo. Ya nada sería como había pensado, parecía que el mundo se hubiera vuelto loco, nada tenía sentido, se sentía perdido y las cosas comenzaron a salir justo como no debían. Dejó de creer en el futuro, pensaba que todo lo que intentara saldría mal y los hechos no se molestaban en desmentirlo, con lo que ya no hacía planes, lo improvisaba todo y hacía siempre lo que le viniera en gana. Extrañamente aquello comenzó a funcionar, y el mundo se fue poco a poco recolocando en su sitio. Aprendió que la realidad se resiste a ser encasillada y nos sorprende siempre de un modo imprevisible haciendo imposible presagiar lo que ocurrirá. A veces cuando se descubre pensando en lo que hará mañana se reprende duramente y se obliga a ocupar su mente en cualquier tontería, temeroso de volver a caer en la ingenuidad de soñar.
A estas alturas supongo que ya habrán adivinado que el tipo ese era yo.


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