miércoles, septiembre 10, 2003

Demandamos respuestas continuamente. Queremos saber el por qué de todo lo que nos ocurre y de lo que les ocurre a los demás. Como si todo fuera tan fácil. Como si a cada efecto correspondiera una sola y definida causa. Como si uno supiera por qué hace lo que hace o por qué no. Yo también caigo constantemente en el error de querer saber más de lo que está a mi alcance. Pero es ingenuo creer que cada pregunta tiene su respuesta y que las cosas se ajustan siempre a la explicación aparentemente más lógica. Me doy cuenta de que mi comportamiento rara vez se corresponde con aquel que más me convendría o con lo que parecería normal, y ese es uno de mis mayores problemas, intentar averiguar cuál será mi reacción ante cada nueva situación, porque mis actos son totalmente imprevisibles incluso para mí mismo. Por eso no me pidas respuestas. No preguntes por qué hice aquello o dejé de hacer lo otro. No quieras saber por qué me comporto de esta manera Porque no lo sé ni me siento con fuerzas para averiguarlo. Porque hay preguntas que sencillamente no tienen respuesta. Y quizás es mejor así.

No hay comentarios: