sábado, agosto 08, 2020

Hacía tiempo que no pasaba por aquí. Desde entonces las cosas no sucedieron como me temía, sino mucho peor. Los buenos propósitos, los aplausos, la prudencia, la paciencia, las ganas de vernos... desaparecieron mucho antes de lo que cabría esperar y en su lugar regresó con más fuerza que nunca el odio, la ira, los insultos, la envidia y el olvido. Los aplausos se convirtieron en quejas, la prudencia en exigencias, los abrazos en “ya nos veremos”. Quienes me acusaban de pesimista no tienen más que echar un vistazo a su alrededor, o mejor aún, mirarse al espejo. Yo también, no pretendo salvarme de la quema, pero al menos tuve la precaución de prepararme para esto. De los momentos malos no salimos más fuertes, más sabios ni mejores, sino más resentidos, egoístas, insensatos y desconfiados. Cuando el barco se hunde es un “sálvese quien pueda”, cuando pedimos ayuda no vemos a quien de verdad la necesita, cuando decimos que hay cosas más importantes estamos pensando en lo nuestro. Qué pronto nos creímos a salvo, qué fácil hemos olvidado tanto dolor, qué ingenuos fuimos y seremos, pero esto aún no ha acabado ni mucho menos. En este tiempo me he visto obligado a justificar el comportamiento de otros ante quienes me pedían explicaciones por ello, pero demasiado tengo con asumir mis propios errores como para tener que responder también por los ajenos. He tenido que soportar mentiras interesadas y silencios cómplices, odiadores de oficio y sabios de pacotilla que nunca se equivocan, tal vez porque nunca hacen nada. Es penoso echarse en cara los muertos, pretender aprovecharse de la desgracia, pero qué podemos esperar en un mundo en el que las normas son solo para los demás y la salud vale mucho menos que el dinero.

1 comentario:

Devoradora de libros dijo...

Echarse en cara los muertos siempre ha sido muy socorrido, no es la primera vez que lo hacen y no será la última.

Besos.