sábado, marzo 29, 2025

Por más que te empeñes en fingir, se nota demasiado que está roto. Hemos intentado unir todas las piezas, colocarlas una a una con esmero, tratando de que el resultado se asemeje lo máximo posible al original, pero aun así sigue siendo inútil. Nada vuelve a ser lo que era. Lo reconstruido será siempre diferente, más frágil y expuesto a romperse de nuevo ante el menor soplo de viento, algo mucho más débil e inconsistente, lleno de dudas y flaquezas. No creo en el kintsugi, el arte japonés de reparar lo roto, que destaca las fracturas en lugar de disimularlas y pretende que el objeto así tratado es incluso más bello. No sirve de nada ocultar las heridas, pero el resultado no es ni mucho menos mejor ni más fuerte. Y aunque no me importa mostrar mis cicatrices y reconozco sin pudor las derrotas, no celebro ni venero las fracturas, sino que las lamento y añoro el momento en que todo estaba intacto y creíamos que así siempre fuera. No creo en la belleza de las fisuras ni en la poética del fracaso, me parece tan solo una forma vulgar y barata de engañarnos. Puede que a simple vista parezca que todo sigue igual, que hablemos de los mismos asuntos como si no hubiera pasado nada, que incluso a veces creamos atisbar los restos de lo que fuimos, pero ahora todo es más frío, más serio, menos brillante. Hemos perdido la ilusión y las ganas. Nos hemos convertido en una versión deteriorada y marchita de nosotros mismos, y eso es lo que me da rabia.


 

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