Cómo nos gusta complicarnos la vida. Comernos la cabeza con paranoias diversas, dar vueltas alrededor de un mismo punto y confundir las cosas más sencillas.
Tenemos esa extraña cualidad de hacer difícil lo más fácil, de enredar lo obvio, porque le damos a todo más valor del que verdaderamente tiene, creemos que las cosas han de ser necesariamente más profundas, más enrevesadas, más enigmáticas para que así nos resulten más atrayentes y hacerlas importantes cuando no lo son, incapaces de aceptar su naturaleza simple, pero es esa misma idea que nosotros creamos lo que nos resulta después insufrible, nos ahogamos en un mar que nosotros mismos hemos llenado.
Yo, como ya recomendaba alguien hace demasiados siglos como para poder acordarme, he decidido quedarme siempre con la explicación más sencilla.
Tampoco es todo tan complicado, el mundo está pintado con muy pocos colores.
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