A veces llegan cartas, o mails como ahora los llaman, y son cartas llenas de elogios que en un principio me tientan a llenarme de vano orgullo y autocomplacencia, pero rápidamente corrijo esa primera intención presuntuosa y me avergüenzo de ella. Porque prefiero asignar esos supuestos méritos que algunos ven en lo que escribo a la fortuna o la casualidad, para así poder atribuirles también a esos mismos elementos mis repetidos fracasos.
Si fuera tan estúpido de creerme todas esas palabras halagadoras y pensar que las virtudes de este diario se deben todas a mí, tendría asimismo la obligación de reconocerme como el único culpable de todas esas ocasiones en las que las cosas no salen como yo esperaba, y me doy cuenta de que cuando eso sucede lo atribuyo siempre a otros elementos externos a mí, al azar o a los demás.
Por eso, cuando extrañamente hago algo bien no me enorgullezco de ello para no sentirme culpable de todos mis errores y poder seguir quejándome sin mala conciencia de mi mala suerte, como tanto me gusta hacer.
Así que si este post de hoy es una mierda no es culpa mía, sólo es que no se me dio bien el día y me dejó bastante vacío de ideas y palabras.
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