El chico se desvanecía entre un silencio clamoroso
con la mirada aún de no haber comprendido,
aceptando el fin como alivio de su pena,
como pidiendo perdón por haber vivido.
Alguien, no importa quién, tembloroso y derruido,
dijo algo de una guerra desconocida,
ella no supo de qué hablaba,
sólo sabía del dolor y la desgracia,
incapaz de comprender que hubiera nada
más allá de su hambre y su miseria,
miró a un cielo culpable y rasgado
suplicando, sin atreverse a pedir motivos,
mientras calmaba dulcemente, ya sin lágrimas,
la última llamada de auxilio de su hijo.
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