Uno aprende a convivir con el fracaso.
Sólo a veces tenemos algún enfrentamiento por nuestras diferencias de ideas, y es que somos muy distintos aunque él se empeñe en lo contrario.
Me dice que vivirá siempre conmigo, que irá a donde yo vaya. Yo le respondo que algún día, quizás no muy lejano, conseguiré huir de sus garras, alejarme de él para siempre y llegar a un lugar donde no pueda hallarme.
Después lo pienso y creo que tiene razón.
Tengo miedo de que llegue el momento en que me acostumbre a él y deje de pensar en escapar de aquí, porque es fácil acomodarse al fracaso. Uno empieza a ver como normales todas las cosas que se encuentra cada día y deja de cuestionárselas hasta creer que las cosas no pueden ser de otra manera.
A veces creo que ya empiezo a acostumbrarme a él, y pienso en darme por vencido, ceder a la tentación del fracaso, dejarme derrotar por enemigos invisibles y odio a todo aquel que me dice que no lo haga, que siempre estás a tiempo, que hay gente peor que tú, que la vida es bella y otras tonterías, y que hay que luchar, generalmente gente que nunca ha tenido que luchar por nada, porque creen que para todos es tan fácil como lo es para ellos.
Pero no todos tenemos esa misma suerte.
No todos tenemos el privilegio de poder creer aún en la vida.
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