Tampoco es tan mala la monotonía.
Saber que hoy, como ayer, como todos los días desde hace ya tantos años, todas esas cosas que tanto te gustan volverán a estar puntuales en el mismo sitio. La misma gente con la que te cruzas cada día, los mismos lugares amados cargados de recuerdos, las personas con las que te gusta encontrarte aunque sólo intercambies dos palabras o una sonrisa, ese gesto repetido de la persona amada sin el cual no entenderías la vida y todas esas cosas que tanto echarías de menos si algún día faltasen.
Y uno recorre confiado las horas más duras del día pensando que después le esperan sus momentos preferidos, cosas pequeñas o grandes que le hacen sentirse bien con el mundo y consigo mismo y eso le da una seguridad y una estabilidad que uno aprende a apreciar cada día un poco más.
Porque sería muy triste no saber si al final del día alguien nos esperará con una sonrisa o la noche será un largo y oscuro trayecto que habrá que recorrer a solas.
Cuando uno se instala confortablemente en la amable sucesión de los días y todas las cosas que ama hallan al fin su lugar, entonces, bienvenida sea la monotonía.
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