Pasaban mucho tiempo hablando,
robando horas al sueño,
pensando todo el día en el momento de conectarse.
Sentían algo parecido al amor,
pero ninguno se atrevía a llamarlo así.
Alguien, casi sin querer, propuso verse,
el otro aceptó sin apenas darse cuenta.
Después llegaron las dudas y temores,
ambos habían mentido en algunas cosas,
temían defraudarse y que ya nada fuera igual.
Ninguno de los dos acudió a la cita.
Sintiéndose doblemente culpables,
preocupados por la reacción del otro,
no se atrevieron a volver a hablar.
Nunca más lo hicieron.
Cada mañana, náufragos solitarios entre la multitud,
de camino al trabajo, sin ni siquiera mirarse,
se cruzan como dos desconocidos.
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