Uno tiene la extraña costumbre de aceptar el dolor si con ello piensa conseguir algún beneficio, pero no entiende el sufrimiento que no persigue ningún bien futuro.
Nos sacrificamos hoy para que el día de mañana sea mejor y con ello dejamos escapar el tiempo de entre nuestros resbaladizos dedos.
Pero van pasando los días y los años y uno no consigue descubrir ese beneficio mayor que el sacrificio le iba a proporcionar, y piensa que todo el sufrimiento fue inútil, que ningún bien por venir justifica una sola lágrima y que la vida no entiende de recompensas,
y al fin comprende derrotado
que ningún dolor es útil.
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