lunes, mayo 24, 2004

Aún quedaba tiempo. El tren estaba a punto de salir y nuestras manos casi se rozaban. Pensé decir todo lo que guardé tan tenazmente. Pensé en confesar el dolor, derribar mi fingida firmeza. No había nada que temer. Ya todo estaba perdido. Pero pretendía, tal vez, dejar un recuerdo, no ser presa fácil del olvido. Había aguantado mucho tiempo manteniéndome el secreto incluso a mí mismo. Negando evidencias y disimulando ante el espejo. Quizás nunca más la viera. Quizás era la última oportunidad para entrar en su vida, para permanecer en sus días. Pensé cómo grabar mi nombre en su memoria. Ella esperaba ver abrir mis labios, parecía mendigar una frase consoladora, una promesa de un futuro posible. Entonces subí al tren prefiriendo callar. Porque sabía que el silencio es más difícil de olvidar que las palabras.

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