Alejarse de un lugar no parece difícil. Consiste en ir dando pasos cada día en dirección opuesta sin caer en la tentación de volver la vista atrás. No es necesario que sean demasiados, tan solo hay que tener constancia y no desfallecer en el intento. Cuando te quieras dar cuenta, el pasado será solo una mancha borrosa en el horizonte y un recuerdo cada vez más débil que habrá dejado de doler porque ya no importará. No necesitas hacerlo de forma brusca y que resulte traumático, no debes siquiera despedirte ni hacer balance, sino tan solo mirar hacia adelante y caminar con firmeza, sin pensar en lo que dejas atrás. Es triste, pero no puedes quedarte toda la vida donde no te valoran ni te aprecian, en un lugar extraño al que ya no perteneces. Parece fácil, pero en realidad no lo es para mí, cada paso me cuesta sudor y lágrimas, como si mis pies pesaran toneladas, el camino se vuelve intransitable, me asfixio, me pierdo, me asalta la duda y tengo miedo. A menudo caigo en el error de caminar en la dirección equivocada y me doy cuenta de que apenas he avanzado por mi estúpida manía de echar de menos. Marcharse de un lugar donde en algún momento quisiste quedarte a vivir no es sencillo, pero a veces es necesario, aunque duela, sangre y parezca que no podrás soportarlo. Te resistes, negocias contigo mismo una prórroga, una última oportunidad, pero al fin comprendes que este no es tu lugar y que debes marcharte para siempre, aunque sepas que la nostalgia estallará en el momento más inoportuno para hacerte arrepentirte de haber tomado la decisión correcta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario