domingo, junio 01, 2003
Jugué a un juego al que no sabía jugar. Al principio tímidamente, pero la fortuna quiso ser mi compañera. Gané, pequeñas victorias cuyo responsable era ella, no yo, pero no lo supe ver y me creí el rey del juego, pensaba que sabía hacerlo mejor que nadie. Pero la fortuna un día me abandonó, cambió su lugar en la mesa para ser mi rival, y cuando ya lo había apostado todo creyéndome invencible, lo perdí en un segundo. Ahora sé que nada fue culpa mía, ni los triunfos ni las derrotas, y que nada depende nunca de mí, si acaso estar atento a sus designios para saber hasta donde debemos arriesgar.
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