domingo, agosto 03, 2003

Constantemente tengo la sensación de llegar tarde a todas partes. Y no me refiero sólo al hecho más o menos trascendental de acudir unas horas después de lo fijado a una cita o de demorarme demasiado en actividades cotidianas o incluso extraordinarias, sino a la permanente e incómoda sensación de que las cosas ocurren en mi vida mucho después de lo que deberían haberlo hecho. Cada paso que no sin gran esfuerzo consigo dar llega siempre mucho más tarde de lo oportuno, voy siempre algunos metros por detrás de los demás y llego siempre tarde para atrapar las opotunidades que siguen escapándoseme irremisiblemente ahora que ya he perdido las pocas que me quedaban. Que todo lo que hago ya no importa porque su momento ya pasó, que mi reloj siempre va unos minutos atrasado y que debería de estar ya en el lugar al que intento llegar. Veo que toda la gente de mi edad o incluso más joven consigue las metas a las que yo aspiro, y cuando creo descubrir alguna novedad resulta que todo el mundo ya la sabe. A veces me parece que lo que hago forma parte ya del pasado, y mis acciones se asemejan a recuerdos que en ese momento estuviera teniendo. El tiempo va por delante de mí, se me escapa de las manos a borbotones y me siento el más torpe del pelotón, el atleta rezagado al que ni siquiera el coche-escoba espera, y sé que cuando llegue a la meta no quedará nadie para aplaudirme. Así que he decidido no seguir corriendo detrás de una fotuna que me resulta esquiva, no agotar mis fuerzas en lograr lo inalcanzable sino caminar tranquilamente disfrutando del paisaje y descansando cuando lo considere oportuno, dejar de compararme con los demás, sentarme en las escaleras de la ascensión de los días, tomarme el tiempo que cada cosa necesite y no pensar en un futuro que no existe ni en lo que pudo haber sido, porque mi vida no debe ser una carrera de obstáculos aunque otros se empeñen en ello, porque las cosas no tienen un tiempo mejor ni peor, cuando lleguen serán bienvenidas y no pensaré en cuántos, quizás todos, me precedieron en la meta de una competición en la que renuncio a participar.

sábado, agosto 02, 2003

A veces al despertar contengo el primer impulso de abrir los ojos para poder imaginar que estás aún a mi lado. Intuyo tu cálida presencia junto a mí, acechándome en silencio, creyéndome todavía dormido, soñando que el futuro es hoy, aguardando el beso tibio de la mañana con la paciencia de quien sabe que todo llega, dejándote inundar por la inocencia de creer en los sueños. Y así, armado de recuerdos y deseos, me desprendo del tacto indiferente de las sábanas y voy dibujando con mis torpes dedos tu cuerpo frágil al otro lado de la cama. Recorro cada rasgo de tu rostro, cada pliegue de tu piel, el dulce desgranarse de tu pelo, la firmeza fingida de tu boca, la suavidad plena de tu pecho, la inmensa brevedad de tu sexo. Percibo tu olor desnudo de ungüentos y me dejo arrastrar por él hacia territorios placenteros. Puedo sentir tus labios marcar mi cuerpo como entregada posesión. Después, caigo de nuevo en manos del sueño y me someto a él al fin sereno.Cuando despierto más tarde y supongo que ya te marchaste, recuerdo nuestro breve encuentro con mayor viveza que todo lo que el mundo ofrece semejante cada día y me acojo a él cuando las horas se me hacen tediosas e intransitables.

viernes, agosto 01, 2003

Volver con la esperanza de no haber cambiado demasiado, de no haber dejado nada importante en el camino y de que todo siga estando igual, con la prudencia de preferir lo conocido, volver como extranjeros para enfrentarnos a la rutina temorosos de no reconocernos, incapaces de ser los mismos, para hallar todas esas cosas queridas que abandonamos para gozar el placer del reencuentro. Volver un poco más desconfiados, un poco menos de casi todo, al lugar de donde nunca nos fuimos relmente y del que nunca podremos huir, con la confirmación de que no existen otros mundos mejores, ni siquiera diferentes, más que en nuestra imaginación. Volver para recuperar nuestro universo particular, casi pidiendo perdón por habernos ido, lentamente, sin hacer ruido, intentado pasar desapercibidos, que parezca que nunca nos marchamos. Volver con la maleta cargada de deseo dispuestos a vencer todos los miedos, a lograr lo que creímos imposible, a perseguir aquello a lo que tantas veces renunciamos, sin usar el pasado como excusa, con la certeza dichosa de saber que alguien nos espera impaciente a la puerta de casa.