miércoles, marzo 25, 2020

Si no fuera por todo el daño que está causando, bendeciría esta oportunidad para la reflexión que se nos ha brindado. Es difícil hoy en día tener tiempo para pensar sin disponer de una excusa cualquiera a mano que nos libre de hacerlo. Ahora que el mundo se detiene a mi alrededor, sé que debo aprovechar la ocasión para poner en orden algunas cosas. Muchos utilizan estos días para hacer limpieza y ordenar la casa, otros deciden ejercitar su cuerpo como no hacían desde muchos años atrás, yo prefiero dedicarme a limpiar mi mente y ordenar mis ideas, revisando mis convicciones oxidadas por el tiempo. La situación nos obliga a meditar y sobre todo a actuar. Lo que no me perdonaría sería no aprovechar estas circunstancias excepcionales para emprender una renovación. No pretendo que mañana sea igual que ayer, eso sería un fracaso, sino aprender la lección para realizar algún ajuste que mejore mi vida, eliminando todo aquello que me resulte nocivo. Quienes no saquen nada en claro de estos días difíciles estarán condenados a repetir los mismos errores que lastraban su vida anterior. Habrá que tomar decisiones que en principio duelan, pero no podemos dejarnos llevar por la costumbre y el miedo para negarnos a hacer las oportunas correcciones. Salir de esta batalla con más fuerza y menos miedos, aplicar las medidas higiénicas necesarias, investigar la raíz de nuestros males para ponerles remedio, poner en práctica lo aprendido y conseguir de algún modo que todo este dolor no haya sido en vano.

lunes, marzo 23, 2020

Ha empezado a llover y he subido a la azotea a empaparme. Nunca imaginé lo que podría disfrutar de esa sensación del viento y la lluvia golpeando en mi cara. Y mientras me mojaba he pensado de nuevo en lo poco que valoramos las cosas que tenemos. Solo ahora nos damos cuenta realmente de la fragilidad de nuestras vidas, de que nada es seguro, que lo que damos por supuesto puede desaparecer en cualquier momento, que lo que tenemos no nos pertenece. Puede que antes nos supiéramos de memoria la teoría, pero no la práctica. No es lo mismo saber algo que experimentarlo, conocerlo que aprenderlo. Me imagino que también echaremos de menos algunas cosas de estos días, convivir con la familia, el tiempo libre, jugar con los niños, las aficiones recobradas, la falta de prisa... Y me he puesto triste pensando en lo que habremos perdido cuando regresemos a nuestras vidas ordinarias, en el miedo que nos quedará después de esto, las precauciones que nos harán perdernos el calor de un abrazo o nos impedirán disfrutar de un concierto multitudinario, por ejemplo, y sobre todo en lo que habrá cambiado en mi vida. Mis pérdidas particulares son irrisorias comparadas con las de otros, pero no puedo dejar de lamentarme por ellas. Los cafés que dejamos de compartir, las conversaciones que no tuvimos y probablemente ya no tendremos, los días al sol que se fueron para siempre, las relaciones interrumpidas, los lazos rotos, la complicidad perdida, la distancia, el silencio y el olvido. En muchos aspectos tendremos que volver a empezar y ya nada será igual. De nosotros depende lo que seamos capaces de recuperar y lo que no, por qué estamos dispuestos a esforzarnos para recobrarlo. Esto nos enseñará qué o quién nos interesaba de verdad, a quién le importamos realmente, de qué o quién podremos prescindir y quiénes son para nosotros las personas de primera necesidad.

domingo, marzo 22, 2020

Madrid es una ciudad de más de un millar de cadáveres. A veces en la noche me revuelvo y oigo gemir al huracán. Versos que resuenan hoy en mi cabeza. Mientras lo teníamos lejos no le dábamos importancia y nos reíamos de Casandra y sus luctuosos vaticinios. Tuve un profesor que citaba una frase cuyo autor desconozco, “Mil muertos en Pekín es una estadística, mil muertos en París es una tragedia”. Solo despertaremos cuando tengamos el problema en casa. Somos incapaces de entender el dolor de los demás. En algún momento vamos a dejar de hacer bromas. Tal vez solo cuando nos afecte personalmente. Ya no veo los vídeos ni audios que me llegan por wasap. No me hacen ni puta gracia. No hemos entendido lo que está ocurriendo. Lo miramos como si fuera algo ajeno, como si estuviéramos jugando al Apocalipsis en la realidad virtual de nuestro televisor. Pero no son los muertos de otros, son nuestros muertos. Vidas truncadas mientras hacemos el tonto y nos dedicamos a criticar a los políticos, calculando cada uno cuánto dinero le va a costar de su bolsillo y quejándonos por no poder salir a tomar unas cañas. He estado leyendo acerca de historias individuales de los fallecidos para intentar comprender algo más. Le he puesto nombre y cara a la muerte y solo entonces he tomado conciencia de la magnitud de la tragedia. De las lágrimas solitarias, de los besos aplazados, de los duelos a distancia, del sufrimiento físico y mental de los enfermos, de las despedidas prohibidas... Personas que saben que van a morir a las que se les impide despedirse de sus seres queridos. Familiares que no pueden recibir el consuelo de un abrazo. Dios mío, qué solos se quedan los muertos, y también los vivos.

El octavo día empieza a decaer la actividad incesante. Te cuestionas la necesidad de mantenerte todo el día ocupado, dejan de interesarte esas viejas aficiones para las que al fin habías encontrado tiempo y te dedicas a no hacer nada sin ningún remordimiento. Tal vez el fin de semana contribuya a este estado de ánimo, aunque no seas capaz de hallar la diferencia, o quizás la lluvia trajo esta apatía con su ambiente plomizo y desolado, o es el hecho de estar asumiendo que esto es solo el principio. Buscas miradas cómplices en las azoteas, te asomas al balcón y ni siquiera ves ya gente paseando al perro, los aplausos suenan más débiles, resignados, impotentes. Puedes oír en ellos el miedo. No hay apenas música en los balcones, ni ganas de bailar o reír como los primeros días, y te asaltan las dudas a cada instante. Decides descansar por hoy de la rutina de entrenamiento y abandonas el trabajo al que ya no encuentras sentido, incapaz de vislumbrar el final. Te alejas del wasap para evitar conversaciones delicadas, dejas de verle la gracia a las bromas y memes, escuchas las noticias con angustia, intentado hallar un hilo de esperanza, pero todo lo que oyes no hace más que acrecentar tus temores, y te aíslas por completo en ti mismo del mundo exterior. Entonces, miras esa nube negra sobre tu cabeza y allá, a lo lejos, puedes intuir el sol como una promesa.

sábado, marzo 21, 2020

Detrás de esas máscaras protectoras
se esconde el miedo.
Un temor hondo a lo inesperado,
a no poder recuperar los abrazos perdidos,
a no reconocer sus vidas
cuando vuelvan a encontrarse,
a que mañana no sea como ayer.
Miedo a que las reglas del juego hayan cambiado
y no saber cómo continuar la partida.
Miro esos ojos esquivos
que tratan en vano de ocultar lo que sienten
y puedo adivinar en ellos una mirada de auxilio,
una plegaria.
No hay sonrisas debajo de las máscaras,
sino miedo, sí, pero también
fe, y sobre todo mucha, mucha
esperanza.


jueves, marzo 19, 2020

Todas esas cosas que antes nos parecían ridículas resultan ahora esenciales. Cosas que dábamos por supuestas, actividades cotidianas a las que no concedíamos ninguna importancia y no gozábamos como se merecían y que ahora daríamos tanto por recuperar aunque fuese por un rato. Nos damos cuenta de lo estúpidos que fuimos dejando escapar todo aquello, de lo absurdo de nuestros enfados, de nuestro empeño en tareas sin sentido, de lo insignificante de nuestros problemas y del orgullo vano por conseguir logros de pacotilla. De todo esto me quedará una mirada distinta, una forma de ver las cosas con calma y perspectiva, una falta de preocupación por asuntos menores, una aceptación serena de los mayores y un interés constante por disfrutar de cada momento sin preocuparme en exceso por el futuro. Sé que aún muchos no se han dado cuenta y tratan de mantener la “normalidad” en un escenario de excepcionalidad. Incapaces de asumir los cambios y replantearse su función, sus principios y su vida, se esfuerzan en vano por demostrar que pueden mantener su actividad anterior sin que les afecten los sucesos externos, como si vivieran ajenos al mundo que les rodea, temerosos de acoger la duda, creyendo que esto es solo un paréntesis cuando en realidad es un punto y aparte. Músicos tocando mientras el barco se hunde en lugar de tratar de ponerse a salvo y ayudar a los demás. Negar la realidad puede ser un error de dramáticas consecuencias. El mundo que conocíamos no volverá. Esta es la oportunidad para construir uno mejor, pero ¿seremos capaces de aprender la lección?

martes, marzo 17, 2020

Nos da miedo enfrentarnos a nosotros mismos y descubrir que no somos quienes creíamos o pretendemos ser. Necesitamos el ruido de la calle para no escuchar nuestros pensamientos, porque no hay nada a lo que temamos más que a nuestra propia conciencia. La rutina nos evade de nuestras ideas obsesivas, nos mantiene ocupados para no pensar en lo que no nos gusta de nosotros mismos pero no tenemos el valor para cambiar. Nos refugiamos en la masa temerosos de lo que podemos encontrar si miramos en nuestro interior. La oportunidad para la reflexión puede convertirse en una trampa peligrosa que nos conduzca a conclusiones arriesgadas y nos haga tomar decisiones equivocadas. Es muy duro reencontrarse cada mañana contigo mismo cuando no te gustas demasiado y tener que decidir qué vas a hacer con el tiempo que tienes por delante sin que nadie te imponga unas obligaciones en las que escudarte. Descubrimos reacciones desconocidas, actitudes insólitas y comportamientos de los que no nos creíamos capaces. Creemos conocernos y en realidad no sabemos casi nada de ese extraño que nos mira al otro lado del espejo. Estar solo puede ser tu peor condena. Un estudio concluía que la mayoría de las personas prefieren recibir una descarga eléctrica a estar a solas con sus pensamientos. No estamos preparados para el aislamiento. El aislamiento influye en nuestra salud mental, altera el sueño y las emociones, la atención, el razonamiento y la presión arterial, e incluso un experimento soviético llegó a la conclusión de que el aislamiento puede reducir tu cociente intelectual. Odiamos quedarnos a solas con nuestros pensamientos. Nadie está verdaderamente a gusto consigo mismo, no se satisface a sí mismo, no considera que tiene lo suficiente para sentirse completo y ese sentimiento produce un tremendo vacío existencial que nos lleva a huir de nuestro encierro. Somos animales sociales. Nuestro cerebro ha evolucionado para estar implicado en el mundo y socializar. O como decía aquel: “Como fuera de casa, en ningún sitio”. Aunque sea para tirar la basura.

domingo, marzo 15, 2020

Tal vez sea momento para la reflexión. Una oportunidad para detenerse a pensar en lo que hacemos mal cada día, y también en lo que hacemos bien. En lo que podemos modificar para mejorar nuestra vida, en lo que perdemos por perseguir cosas que no son valiosas y en lo que deberíamos eliminar o conservar en nuestro día a día. Romper con la rutina cotidiana de la prisa y el estrés que nos arrastra sin que seamos conscientes de ello nos permitirá valorar lo que importa, todas esas cosas que ya sabemos de memoria pero que nunca atendemos como se merecen, como nos merecemos, y descubrir que podemos prescindir de mucho de lo que considerábamos necesario. Momentos de crisis que nos permiten sacar conclusiones que contribuyan a hacernos crecer y mejoren nuestra vida, eliminando todo lo que nos presiona, nos agobia o nos da miedo y priorizando nuestros deseos profundos y afectos sinceros por encima de obligaciones impuestas que no llegamos a entender pero cumplimos sumisos. En estos instantes de encrucijada descubrimos que se puede vivir sin aquello que creíamos que no podríamos, que son muy pocas las cosas realmente necesarias y que a menudo vendemos nuestra alma al diablo por un plato de lentejas o treinta monedas de plata. Puede que todo esto te suene a discurso mil veces repetido, a frases tópicas de autoayuda que yo mismo detesto, pero ¿de verdad tienes claro que estás viviendo la vida que quieres? ¿de verdad eres capaz de anteponer lo importante a lo urgente? Allá tú, pero si la crisis no te sirve para sacar alguna conclusión, no habrá servido de nada, y cuando todo esto acabe tu vida seguirá llena de todos esos miedos y tensiones que te dominan por completo impidiéndote alcanzar el tan ansiado equilibrio emocional.

miércoles, marzo 11, 2020

Cuando salgo a caminar solo, mi mente recorre a un ritmo acelerado paisajes más allá del horizonte, analizando todo lo que hay en mi vida y sus alrededores. Pienso en aquello en lo que me equivoqué en las últimas horas, lo que hice mal este día, en lo que puedo hacer para rectificar y en cómo reparar los daños ocasionados. Palabras comprometedoras, malos entendidos, bromas inocentes que pudieron molestar a alguien, mentiras que no tuve el valor de negar... De un modo involuntario, doy vueltas a los aspectos más dispares, desde problemas acuciantes a la mayor de las tonterías. Pienso en las cosas que me habría gustado decir y no me atreví y siento la necesidad urgente de hacerlo ahora o pedir perdón por mis errores para asegurarme de que no he provocado un daño irreparable a mi relación con alguna persona que me importa. A veces me sorprenden los derroteros que toma mi pensamiento y he de tener cuidado con las decisiones arriesgadas que tomo en esos momentos. Enredado en disquisiciones irresolubles, puedo llegar a cometer errores fatales que deba pagar más tarde con dureza, meteduras de pata antológicas que he lamentado durante mucho tiempo. A veces me acuerdo de personas que ya no están en mi vida y me pregunto por qué ha ocurrido, si eso fue lo que yo quería o en cambio me lamento por ello, e incluso estoy tentado de llamar a puertas que hace tiempo se cerraron para mí, creyendo ingenuamente que tal vez podrían volver a abrirse, cuando la realidad es que las posibilidades de que eso ocurra son prácticamente nulas. Casi siempre soy capaz de controlar ese impulso suicida y aguantarme las ganas de decir todo lo que siento, pero en ocasiones he llegado a enviar mensajes de los que me he arrepentido a los pocos minutos, cuando ya era demasiado tarde. Trato de justificarme diciéndome que quien no arriesga no gana, que no pierdes nada por intentarlo y todas esas frases absurdas que ridículos eslóganes han grabado en mi mente y me sorprendo repitiéndolos en contra de todos mis principios. Así que si alguna vez te llega un mensaje extraño, algo que no entiendas o te parezca inapropiado, no me lo tomes en cuenta, son solo señales de alarma que emito de forma inconsciente en busca de auxilio cuando me siento solo y perdido en mitad de ningún sitio, caminando sin rumbo por el monte y necesito asegurarme de que hay alguien a quien aún le importo a pesar de todos mis defectos imperdonables.

lunes, marzo 09, 2020

En ocasiones así, siempre recurro al aislamiento ante la amenaza de un nuevo contagio. Me aíslo, cierro puertas y ventanas y evito todo contacto con el mundo exterior para no recaer en mi enfermedad crónica. Cuando me creo curado por completo, descubro en mí de nuevo los síntomas inequívocos de mi mal endémico para el que no existe tratamiento, vacuna o redención. La única medida eficaz es el aislamiento, poner cuerpo y mente en cuarentena, alejarme de todo lo que me contamina. Procuro mantener una distancia prudencial en cualquier conversación, no adentrarme jamás en terrenos pantanosos que puedan desencadenar en mí efectos nocivos con secuelas permanentes, repeler todo intento de aproximación y fingir una impasible calma mientras me lamento por haberme relajado demasiado y no respetar las medidas higiénicas oportunas que me mantengan a salvo, dejándome contagiar por unas palabras amables o una sonrisa falsa que arrasan mi alma y arruinan mi frágil estabilidad emocional. Y aun así solo se trata de una solución temporal, un intento frustrado de controlar los síntomas más virulentos cuando las expectativas se desatan, porque sé que nada conseguirá acabar con este maldito virus que habita dentro de mí.