jueves, septiembre 30, 2010

Lo difícil no es hacerlo bien sino perder el miedo a hacerlo mal. Nuestras dudas, desconfianzas, temores, son lo que nos incapacita, nos impide reconocer los auténticos motivos por los que estamos aquí y nos hacen caer en el error con inesperada frecuencia. Pensar que no estaremos a la altura, que no serás un buen padre, que no harás bien tu trabajo, que no serás capaz de cumplir tus obligaciones, que no responderás a lo que se espera de ti. Suelo pensar así especialmente al inicio de algo, me siento incapaz de hacer lo que debo de hacer, todos a mi alrededor me parecen mejores y temo que descubran en mí a un impostor. El miedo al error es sin duda el principal origen del propio error y a menudo el responsable de nuestros males. Es humano, nadie dice que sea fácil, pero quien no esté dispuesto a equivocarse ya está equivocándose demasiado.

martes, septiembre 21, 2010

Una inquietante llamada a deshoras, un ruido amenazante en la madrugada y la certeza de que algo inesperado ocurrirá te despierta como una duda inconsolable apresurándote a cerrar puertas y ventanas para que nada invada tus comunes secretos tratando de eludir el miedo para dejarte esclavizar por tus obsesiones hasta que aceptas el temor necesario que te impulse lo justo sin llegar a paralizarte, tratando de domesticar el dolor asumiendo que no desaparecerá arrojándole de vez en cuando un hueso para mantenerlo ocupado distrayendo su atención alimentándolo con nuevos temores inventados sin esperar nada del futuro o del pasado. Lo que nos mueve es lo que nos destruye, lo que nos protege nos aísla.

lunes, septiembre 20, 2010

Me prometí que nunca más. Cometer errores es inevitable, repetirlos innecesario. No quería volver a sentirme culpable por lo mismo de nuevo, sentirme estúpido tratando de luchar contra imposibles. Hoy me he sorprendido haciéndolo otra vez sin pensarlo, ni siquiera me di cuenta, la inercia nos tiende una trampa y encantado caigo sin dudar. A quién quiero engañar, no hay ocasión para el arrepentimiento cuando no hay daño que lamentar. No sé por qué sigo prometiéndome cosas que sé que no voy a cumplir.

viernes, septiembre 17, 2010

Aprendí a adaptarme para sobrevivir. Es una cuestión biológica, de selección natural, digamos; sólo los que mejor se adaptan sobreviven, y así funciona en todos los órdenes. No cabe el orgullo, la originalidad o los principios. No hay lugar en el mundo para lo diferente, al menos no en cuanto a las apariencias. Sólo cabe en el ámbito de lo privado. Por eso trato de mantener un aspecto correcto, no salirme de los estrechos límites impuestos, no forzar las situaciones. Trato de esconder mis cartas todo lo posible. Si estamos jugando una partida, mejor que nadie descubra tus intenciones. Vas con nada y te contienes con escalera de color. Apuestas a grandes y a chicas para despistar. Que no te utilicen, que no sepan de qué pie cojeas, que nadie espere tu próxima jugada. Hacer de mis escasas virtudes un triunfo, sacar el máximo provecho de mis pequeñas cualidades. De nada sirve lamentarse. Mejor o peor, da igual. A todo se le puede sacar un lado positivo. Es tan sólo cuestión de elegir el perfil bueno y la iluminación adecuada. Estoico asentimiento y asunción del papel que nos toca adoptar en cada momento. ¿Resignación? Tal vez, pero peores son las consecuencias de la falta de adaptación, lo sé porque lo he experimentado y no fue nada bueno. Desde entonces no cuestiono la autoridad, no lucho por imposibles, no malgasto mi tiempo ni energía, y he descubierto la sorprendente capacidad de adaptación que tiene el ser humano, aunque resulta triste comprobar a lo que puede uno llegar a acostumbrarse.

domingo, septiembre 12, 2010

quizás juzgues inoportunas mis palabras en esta noche infinita mientras afuera se consume tu tiempo reclamándote urgente, que no soy más que un extraño perturbando tu goce sin límite, y tendrás razón olvidando esta voz quebrada que se resiste a desaparecer, pero todas esas impúdicas victorias que hoy proclamas eufórico también fueron mías, también yo creí a impostores amenazantes que sin pudor lograron hipnotizarnos con su engaño prometiendo elevarnos hasta inmutables verdades nunca imaginadas con sus proféticas razones flotando sobre un lecho de visiones heroicas, desterré la duda de mis costumbres conviviendo a diario con lo imposible, he visto monstruos, quijotes, peleles y todos valían lo mismo, dioses creados por el desconsuelo sobre las cimas del deseo, me he dejado arrastrar sonámbulo hacia las habitaciones atestadas del tedio como un peregrino errante vagando entre perennes ausencias, esquivando rumores que desmienten la nada, he alcanzado la perfección del olvido para no esperar nada del recuerdo, me he bañado en las hirvientes aguas del delirio y me he encerrado en laberintos irreales a los que llamé hogar, huérfano de los prodigios de la noche me he inmolado en su nombre mientras miles de voces ahogadas se lanzaban hacia un abismo de lamentos traidores, he recorrido descalzo ardientes paisajes suicidas abarrotados de cadáveres putrefactos, he visto caer a los hijos de la abundancia y he proclamado el nombre de la victoria en desgastadas letras de neón; yo también he creído en espejismos destellantes plasmados en imágenes de plenitud entregado a furtivos placeres solitarios refugiado entre escombros y me he arrastrado por los callejones hediondos del exceso esperando una señal ; yo, lo confieso, he vendido mi dignidad por un trozo de esperanza frustrada renegando sin lamento de todo lo que fue nuestro, yo he visto, he callado y he enterrado secretos que harían derrumbarse imperios, me he asomado a los límites del tiempo y he admirado la profundidad del vacío; renuncié al privilegio de la libertad a cambio de un sentido ficticio escondiéndome entre la multitud cobarde de cuerpos mutilados que yace indolente, me he entregado sin dudar a profetas que auguraban un futuro despiadado, me he dejado abrumar por los huecos destellos de la trascendencia y he aceptado sus normas sin cuestionar los motivos imbricándolas en mi cuerpo para no sentirlas ajenas, siguiendo a la masa ingenua partidaria de la sumisión y el silencio, he renunciado a todas mis certezas a cambio de creencias impuestas, me han deslumbrado promesas de triunfos perennes, he arrojado a la basura los desechos del valor pudriéndome en horas perdidas de las que nada recuerdo y he entregado mis verdades a cambio de un poco de aliento; pero ahora que hemos logrado escapar de los peores augurios equivocándonos de todas las maneras posibles, ahora que el mundo ha estallado en pedazos ínfimos de escoria que nos salpican y he olvidado los nombres fugitivos del consuelo, no tolero la nostalgia ni el arrepentimiento y renuncio a seguir creyendo nunca más, a esperar nada del destino; instalado en esta permanente insatisfacción como una adicción que venero me sumerjo en la marea del ruido como único espacio habitable reconstruyéndome a base de fragmentos inconexos que intento reunir en algo que reconozca como propio y no sufro el olvido como condena, he quemado avergonzado todos mis dogmas y sospechas porque nada llegará si no rompemos las reglas que nos atan al miedo, ahora que todo lo que tuvimos se ha revelado ficticio y nada queda sino lanzar nuestras vidas al abismo