jueves, febrero 27, 2003

Al final hice lo que tenía que hacer.
Aunque no me apeteciera nada, pero siempre acabo haciendo lo que tengo que hacer.
De todas formas no me quedaba más remedio. O quizás es que no tuve valor para hacer otra cosa.
Tuve que aceptar que era lo mejor para mí, pero tampoco lo había pensado mucho, acepté sus razones sin cuestionármelas demasiado.
La mayoría de nuestras decisiones nos vienen impuestas. Así, mientras creemos elegir y ser libres, en realidad sólo estamos cumpliendo aquello a lo que estamos obligados o condicionados por nuestras circunstancias y entorno más o menos lejano.
Me doy cuenta de que todo lo que he hecho a lo largo de mi vida es justo lo que debía hacer, lo que otros esperaban de mí, y nunca me he preguntado, o si lo he hecho no le he prestado demasiada atención, qué era lo que de verdad me apetecía hacer a mí, relegando así mis deseos, porque el deseo es el nombre de lo prohibido.
O quizás me digo todo esto ahora sólo para eludir la responsabilidad de mis errores.
Solo una vez elegí.
Y es de lo único de lo que no me arrepiento.
Debería acostumbrarme a dudar de lo que parece seguro.

martes, febrero 25, 2003

He vuelto a caer.
Siento que todo es un continuo esfuerzo por ascender y un constante caer.
En estos momentos en que te sientes cual Sísifo escalando montañas sin cima, sientes el impulso de dejarte llevar por el desencanto, de ceder en tu empeño vano, de arrojar al vacío toda tu carga y acomodarte a lo fácil. La mayoría así lo hacen, pero yo no me resigno.
Porque sé que sólo quien persevera vence.
Sientes que pierdes el tiempo, que todo intento fue inútil, te cuestionas cada gota de sudor malgastada. Piensas que nada tuvo nunca sentido.
Sabes que hay quien lo consigue con mucho menos esfuerzo, sin mérito ni sacrificio, que la justicia no es cosa de este mundo y que no hay más mundos que éste. Otros nunca lo intentan, algunos renuncian al menor problema. Es una tentación razonable. Pero yo soy poco razonable.
No pretendo dar lástima. Sé que conseguiré levantarme, no me importa que sea tarde, algún día todo este dolor tendrá al fin sentido.
Porque sólo hay un camino que conduzca a la meta.
Y a veces es demasiado duro. Demasiado.

lunes, febrero 24, 2003

Estuve haciendo un poco de limpieza en los directorios del móvil y del messenger. No sé por qué me decidí a hacerlo después de tanto tiempo, pero de vez en cuando es necesario poner un poco de orden en tu vida y para ello tener claro quiénes son las personas con las que te sigues comunicando o te gustaría seguir haciéndolo.
Cada dirección o número estaba cargada de recuerdos, algunas más, otras menos, pero siempre había un instante que venía a la memoria y me hacía dudar demasiado sobre qué decisión tomar. Pero en muchos casos esa persona era ya sólo cuestión del pasado, hacía tiempo que no me había vuelto a comunicar con ella y la verdad, no me apetecía nada volver a hacerlo.
No por nada, nunca hubo un punto de desencuentro, pero tampoco hubo un momento de encuentro demasiado claro y seguramente no lo habría tampoco en el futuro, con algunas sólo había hablado un par de veces hace tiempo o me dieron su número y nunca los llamé, con lo que lo natural era eliminarla sin que eso supusiera ningún desprecio ni reproche.
Pero cómo saber que una persona ha salido de tu vida para siempre, cómo decidir que ya no nos interesa y eliminar el único medio que tenemos de ponernos en contacto.
La vida está llena de pequeñas y grandes elecciones cada día y el hecho necesario de escoger conlleva la dolorosa decisión de dejar atrás otras posibilidades, personas, etc. En muchas ocasiones esa elección no se fundamenta sobre nada firme y quizás la persona que hoy eliminamos del móvil o del messenger pudo haber sido alguien importante para nosotros en otras circunstancias o tal vez sólo con un poco más de tiempo.
Pero ya es tarde para arrepentirme, los he borrado y han salido de mi vida,
y lo más seguro es que sea para siempre.
Y ahora me siento culpable sin saber muy bien por qué.

sábado, febrero 22, 2003

Como últimamente me cuesta mucho ponerme a escribir aquí (cosas de la falta de tiempo, me digo yo), me he planteado qué motivos nos mueven a hacerlo, y me ha salido algo así:
10 razones para escribir un blog:
1. Estar muy aburrido
2. Ser un jodido narcisista que cree que a alguien le pueden interesar sus ideas y opiniones
3. Tener algo verdaderamente interesante que decir
4. Por envidia de que algún amigo escriba uno y no querer ser menos
5. Ser un escritor frustrado que busca desahogarse de alguna manera
6. Porque está de moda
7. Porque eres un maldito listillo que sabes todo de ordenadores y te gusta alardear de conocimientos
8. Por existir en la red (hay quien dice que en el mundo)
9. Por tener a los amiguetes informados de tu vida (como si les importara)
10. Para que nos quieran (García Márquez dixit)
De todas formas ninguna de esas razones me convence demasiado,
y sin embargo, este blog aún se mueve.

lunes, febrero 17, 2003

Ayer intenté escribir un mail a una persona de la que hacía mucho tiempo que no sabía nada, pero al parecer su dirección de correo electrónico había dejado de existir y pensé que quizás nunca más volvería a tener noticias suyas, porque no tengo otro medio de ponerme en contacto con ella; y en ese momento recordé a todas esas personas que pasaron por mi vida hace tiempo y desaparecieron un día sin previo aviso, quizás para siempre.
Algunos de ellos marcaron aquellos días, compartimos instantes felices o nos ayudamos en los malos momentos, personas que fueron muy importantes para mí en una época decisiva para todos nosotros, y lo más probable es que nunca vuelvan.
A veces pienso en buscarlos de alguna manera, pero pronto desisto, porque sé que aunque volviéramos a encontrarnos daría igual, porque habríamos perdido esa particular conexión que teníamos entre nosotros y cualquier esfurezo por recuperarla sería inútil, como lo es cada intento de recuperar el pasado.
Son recuerdos hermosos pero que causan un dolor inconsolable que el olvido se encarga de ir sanando día a día, hasta que en ocasiones como esta algo nos los recuerda y se vuelve a abrir torrencial la herida por la que mana implacable el dolor desgarrándonos por el ayer perdido.
Este post va dedicado a todos ellos.
Aunque sé que nunca lo leerán.

sábado, febrero 15, 2003

Hoy me he encontrado con algo que me ha recordado cierta etapa de mi pasado reciente pero del que ya me siento muy alejado, y no he podido dejar de sorprenderme por las cosas que he sido capaz de hacer hace relativamente tan poco tiempo y que ahora ni siquiera me plantearía.
Locuras, tonterías, temeridades, como quiera que las llame, pero que en su momento me parecieron una buena opción y la tomé sin dudarlo apenas.
Probablemente he cambiado, puede que haya aprendido de esas experiencias pasadas o quizás sea sólo que en este momento no me apetece hacer nada de eso pero puede que pronto cambie de nuevo de idea y vuelva a hacerlo.
O quizás es que me he dado por vencido, he renunciado a las cosas que deseaba para instalarme en la gris comodidad de la cotidianeidad.
Y pensar eso me pone triste.
Que las personas evolucionan, cambian o pasan por distintas épocas en su vida me suena demasiado repetitivo, simple y engañoso.
No sé si preguntarme ¿Qué me pasaba entonces para hacer eso? o más bien ¿Qué me está pasando ahora para no desearlo más?
Me temo que ya no soy el mismo que era.
Y no sé si alegrarme de ello.

jueves, febrero 13, 2003

A veces pienso que nunca hago nada si no va a tener recompensa, si nadie me lo va a agradecer.
Por eso quizás llevaba tantos días alejado de este diario, dando vueltas perdido por los mismos obsesivos lugares que nunca me llevan a ningún sitio, intentando sacar algo en claro, pero no obtuve respuestas, sólo más preguntas, como para qué vengo aquí, acaso tengo algo que decir?.
Supongo que todos tenemos la necesidad de decir algo, de expresarnos y comunicarnos, aunque no tengamos nada demasiado original ni importante que decir.
El caso es que necesitaba un estímulo que me motivara a volver aquí. Nunca pido mucho. Sólo unas palabras, como esas que tan alegremente derrochamos cada día. Un simple mail como el tuyo es suficiente premio para mí. Gracias.
Pero sé que tengo que replantearme esta interesada actitud mía, empezar a hacer las cosas sólo porque me apetezca, sin esperar nada a cambio. Aunque siempre pienso que eso es lo que debería hacer y me creo en el buen camino, luego acabo cayendo en el mismo error, y le echo la culpa a esta nuestra querida sociedad de consumo que tan bien nos enseña a venderlo todo y no ofrecer nada gratuitamente, pero en el fondo son sólo excusas para no sentirme culpable.
De todas formas me vendo barato, sólo busco un poco de comprensión y un gesto amable que me inspire confianza. Cosas tan difíciles de hallar hoy en día...

jueves, febrero 06, 2003

No sé por qué tuve que decir aquello.
Puede que a partir de ahora nada sea entre nosotros como hasta ese momento.
Lo había pensado un rato antes y me pareció una estupidez que descarté rápidamente, pero el silencio era ya demasiado largo y me sentí con la obligación de decir algo y no se me ocurrió nada mejor que semejante tontería, como tantas otras que decimos cada día y de las que no tardamos ni un segundo en arrepentirnos avergonzados.
No sé qué pretendía lograr, ni siquiera creo que pretendiera nada, fue esa parte inconsciente de mí la que actuó como tantas veces hace para mi desgracia.
Es esa zona oculta que todos tenemos la que toma muchas decisiones por nosotros, contraviniendo incluso nuestros deseos e intereses, pero igual deberíamos dejarnos llevar por ella, no analizar tanto nuestras reacciones y dejar que se manifestasen, nos sentiríamos más libres y quizás hasta mejor.
Bueno, tampoco he descubierto nada, algo así pero mejor explicado ya lo sabía un tal Freud hace un siglo. Ni siquiera sé por qué he tenido que poner este post que se me ocurrió hace unos días y me pareció estúpido, pero llevaba ya tanto tiempo de silencio que me sentí con la obligación de escribir algo y me dejé llevar, aunque ya me sienta avergonzado por ello.
Da igual, olvídalo todo.
Yo ya lo he hecho.

lunes, febrero 03, 2003

Que vamos demasiado deprisa por la vida es algo que todos (o casi) sabemos y nos repetimos nostálgicos de vez en cuando, pero que tampoco intentamos hacer nada por remediarlo resulta obvio en la mayoría de los casos.
Subidos en un tren que camina a gran velocidad en el que solemos vernos rodeados de rostros extraños y hostiles, dejamos pasar las estaciones sin darnos cuenta o no nos atrevemos a bajar por miedo o por estar demasiado cómodamente instalados en nuestro asiento, y ni siquiera nos gusta mirar por la ventanilla para comprobar lo rápido que todo va quedando atrás sin que nos dé tiempo a percibirlo adecuadamente, sino sólo como manchas deformes que no acertamos a identificar.
Y así este tren en el que a veces coincidimos con alguien de nuestro agrado a cuyo lado nos sentamos y así parece disminuir su velocidad, avanza desbocado cada vez más rápido hacia el final sin que hayamos disfrutado de su trayecto.
Por eso, a partir de ahora miraré siempre por la ventana para poder verlo todo sin que pase desapercibido y admirar su belleza, aunque a veces maree el vértigo de la velocidad, porque todo lo que dejemos pasar lo habremos perdido para siempre, y bajaré en todas las estaciones intermedias aunque corra el riesgo de perder el tren.
Pero la vida sin correr riesgos no merece la pena.