viernes, febrero 12, 2021

Nunca me sentía satisfecho con mi vida. Todo me parecía insuficiente, imperfecto o injusto. Me quejaba por cualquier contratiempo y despreciaba mi suerte como una maldición. Nada era para mí bastante. Me sentía maltratado por el destino y golpeado por la fortuna. Siempre miraba hacia arriba y nunca hacia abajo. Clamaba justicia o pedía clemencia alternativamente, incapaz de apreciar los dones y virtudes que me acompañaban. Instalado en la queja permanente y el malestar incesante, solía caer a menudo en la frustración y la amargura, me debatía a ratos entre la rabia y la decepción, llegando a coquetear incluso con las simas de la depresión y el desconsuelo. A veces me culpaba a mí mismo y otras a los demás, no sabía apreciar el valor de lo sencillo y fugaz, mis ansias me empujaban siempre a buscar más, convencido de que aquello no podía ser todo y que forzosamente debía haber algo mejor. Solía perder el tiempo pensando en las cosas que me faltaba por lograr y me ponía retos cada vez mayores nada más alcanzar la meta, lo que me impedía disfrutar del triunfo. Llamaba necesidad a casi todo lo que no tenía y sentía como una obligación conseguirlo, como si siempre faltase la pieza que diera sentido a todo. Llámame estúpido o ingrato, tienes razón. Y entonces todo se truncó de repente, mi vida tal y como la conocía, con sus miedos y esperanzas, con sus lunes y sus viernes, cambió sin previo aviso. Todos los proyectos y planes de futuro quedaron aplazados, suspendidos u olvidados y solo entonces empecé a descubrir la grandeza de lo perdido, prometiéndome no volver a despreciar tantas cosas buenas que poseo y aprender a disfrutar de cada momento sin pensar en lo que me falta ni temer a lo que vendrá.


 

sábado, febrero 06, 2021

Tengo la sensación de que mi vida se ha detenido. Se reduce a trabajar, atender las tareas domésticas y perder el tiempo ante una pantalla. Mientras tanto, el tiempo pasa desapercibido dejando pendientes las actividades que daban un poco de variedad a mis días. Todas esas cosas a las que hemos renunciado, las celebraciones canceladas, los encuentros aplazados, los proyectos indefinidos, para instalarnos en una vida de rutinas y obligaciones con escasas recompensas, una mera cuestión de supervivencia donde no caben imprevistos ni descubrimientos. A estas alturas no sirve el refugio de los libros o las series. No consigo obtener ninguna satisfacción a pesar de que lo intento. Pero aún no me resigno. Vivir no puede reducirse a esta interminable espera en la que procuro mantener viva la fe en que el mañana nos devuelva íntegro todo lo perdido, este dejarse ir sin más entre silencios culpables, despertar siempre en el mismo día, recorrer los mismos trayectos de ida y vuelta, escuchar las mismas noticias (casi nunca buenas), caminar en círculos concéntricos, repetir los mismos gestos vacíos, trabajar e ir al supermercado, mientras trato de contener las ganas de escapar, ansioso por que la vida se ponga en marcha de nuevo.