lunes, marzo 29, 2021

Íbamos a cambiar el mundo. Teníamos ideas brillantes que nunca antes nadie imaginó, proyectos ilusionantes que nos daban alas para subir a lo más alto sin miedo a caer al abismo, un punto de vista diferente para todo. Los demás nos parecían dormidos, estúpidos o sumisos y confiábamos plenamente en nuestros planes inquebrantables, aunque no teníamos ni idea de por dónde empezar. El tiempo era nuestro mejor aliado, el futuro un cheque en blanco, el triunfo, una promesa indudable. Nos creíamos todos nuestros delirios de grandeza y teníamos prisa por llegar a algún lugar desconocido que nos concediera la calma. Y ahora, cuando la vida se ha encargado de quebrantar todos nuestros sueños, ocupados en mil tareas rutinarias que apagan el deseo y hemos perdido de vista el horizonte, empeñados en batallas ajenas que nos hacen sentir vacíos, rendidos a la realidad innegociable, somos conscientes de las dimensiones del teatro y el único argumento de la obra y los demás nos juzgan como ingenuos, fracasados o traidores, nos conformamos con llegar a duras penas a fin de mes y tratar de disimular torpemente las huellas del tiempo en nuestros cuerpos oxidados. Nos encontramos cabizbajos brevemente, poniendo excusas para marcharnos cuanto antes y nos mentimos en voz baja para amortiguar el efecto del engaño, como si no tuviéramos más remedio, como si solo pudiéramos ser este vulgar personaje en quien nos hemos convertido y no tuviéramos la culpa de nada. Íbamos a comernos el mundo y el mundo acabó devorándonos sin piedad.


 


 

 

lunes, marzo 22, 2021

Me pregunto qué excusa pondré hoy para no hacer todo lo que quiero, a quién echaré la culpa de mi desidia y mi indolencia, en qué pecado capital me regocijaré sin rastro de mala conciencia, de qué manera me empeñaré en perder el tiempo. Siempre tengo a mano una larga lista de pretextos habituales que me permiten convertir mis manías en razones y me llevan una y otra vez de vuelta al confortable punto de partida. Todas esas ocupaciones banales que llenan el día de actividades y lo vacían de sentido, cómplices de mi cobardía a las que tanto apego tengo. Siempre puedo culpar al infortunio, a los demás o al destino, pero esos son tan solo nombres que damos a aquello a lo que no nos atrevemos a enfrentarnos por temor al fracaso. Pero el fracaso es no buscar la respuesta, no probar la llave correcta, no intentar hacer lo que haríamos si hiciéramos algo, tal vez por temor a la crítica o al juicio ajeno. No temas a la mirada del otro, no tienes que rendir cuentas a nadie, porque ellos tampoco tienen ni idea y nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto, así que haz que hablen mientras aún estás vivo. Pereza, miedo, vergüenza, duda, los cuatro jinetes de mi apocalipsis que paralizan la voluntad e invaden mis deseos hasta hacerlos desvanecerse por completo. Todo lo que me hace incapaz, menos libre, más pequeño. Lucho a diario contra ellos para intentar vencer tantas excusas forzadas que me impiden ser quien quiero, quien soy.


 

sábado, marzo 13, 2021

Hace un año la vida se nos paró de golpe. Todo cambió de un día para otro sin tener la menor idea de cuánto iba a durar aquello. Aparcamos por un tiempo las prisas y congelamos todos los planes y proyectos pensando que tan solo sería una breve pausa tras la que, poco después, retomaríamos la normalidad. Nos separamos sin despedirnos, nos alejamos sin nostalgia y nos citamos para quince días más tarde. No creíamos que la cosa fuera para tanto como algunos agoreros decían. Cansados de pasados alarmismos injustificados, estábamos convencidos de que nada cambiaría demasiado y que, tras un par de semanas, habríamos superado este ligero inconveniente sin sufrir grandes daños. Qué ingenuos éramos entonces. Poco a poco el tumulto de información y las severas restricciones nos hicieron tomar conciencia de la realidad. Tratamos de no dejarnos amedrentar por las noticias y sacamos fuerzas para seguir adelante poniendo la mirada en el futuro. Fuimos optimistas mientras pudimos, domesticamos los miedos y quisimos ver esto como una oportunidad, aprovechando para hacer todo aquello para lo que nunca teníamos tiempo. Incluso al principio nos llamábamos con más frecuencia de lo habitual, necesitados de un asidero al que aferrarnos en mitad de la que estaba cayendo. Durante un tiempo llegamos a creernos aquello de que íbamos a salir mejores de esta. Cuando volvimos a salir a la calle, las cosas no eran como las recordábamos. Tuvimos que incorporar nuevas rutinas, aceptar que debía ser así a pesar de que no comprendiéramos algunas de ellas, convivir a diario con la desgracia y la incertidumbre como si no pasase nada, tratando de mantener la esperanza de que todo iba a salir bien. Aprendimos a controlar las expectativas y a desconfiar de las promesas. Hemos tenido revelaciones que nos han hecho conocernos mejor a nosotros mismos y a los demás. Hoy, cuando el futuro parece estar cada vez más lejos, tengo la sensación de que nada es como antes y que hay secuelas de las que me va a costar recuperarme. A pesar de que no he sido golpeado personalmente por la pandemia como otras personas, siento que mi vida no es la misma y yo tampoco. No es un lamento ni una queja, sino una constatación. Tal vez no tengo derecho a quejarme. Tal vez lo que yo he perdido sean cosas mucho menos importantes, pero tengo la sensación de que la vida tiene hoy menos sabor, menos intensidad, menos recompensas que hagan que valga la pena. Y a pesar de eso, sigo manteniendo la esperanza de que el final esté cerca y podamos pronto recuperar con toda su plenitud la vida que dejamos hace un año aparcada.