domingo, junio 29, 2003

Eran otros tiempos. El verano era una liberación, una fiesta inacabable, una ocasión para lo imposible, el reencuentro con el cuerpo, las charlas en vivo donde no cabía la mentira, el tiempo por delante, la vida en su máximo apogeo. Ahora que pasó todo aquello, como tantas otras cosas de las que no me gusta acordarme para evitar pasarme todo el día deambulando cabizbajo como un fantasma del pasado, el verano es otra cosa, o más bien la misma cosa que el resto del año, quizás un poco más triste si cabe, porque es el momento en que reconozco que otro año perdido pasó y las oportunidades se van acabando lentamente, casi sin darnos cuenta, probablemente porque tratamos de mirar en la dirección opuesta para evitar tenerlo presente constantemente. Ahora el verano es una rutina, un desencanto, una desconfianza, el momento de todas las dudas, el tiempo como enemigo, los chats como sucedáneo, la vida aplazada sin fecha. Ahora que todo era mentira, sólo queda pasar las noches en vela, tratar que el sol nos aturda para no pensar en nada, el silencio de la madrugada mientras esperamos a alguien que sabemos que no vendrá y nos escondemos de los que están, como si sólo lo ausente fuera interesante, como si no fueran todos sólo una excusa para no estar solo cuando dormir es una utopía y morir una posibilidad tentadora. Otros tiempos que ahora recuerdo con nostalgia contenida, tratando de creer que cada momento tiene su magia y su grandeza, sólo hay que saber hallarla de nuevo y no intentar trasladarla de unos a otros cuando ya no es posible. Quizás no eran mejores, sino simplemente diferentes, pero ahora mismo daría cualquier cosa por algo diferente.



jueves, junio 26, 2003

El verano comienza a tomar cuerpo mientras yo intento perderlo censurando mis pequeños vicios confesables. Las calles se van haciendo de fuego como corresponde a la época y el letargo se extiende sobre la ciudad sumiéndola en un sueño inestable dispuesto a alterarse al menor contratiempo. Uno culpa al calor de la falta de ganas de hacer nada pero ya culpó al frío, a la lluvia o a la primavera otras veces y no se cree demasiado sus pretextos. La gente hace planes para sus vacaciones y uno, que no las mereció, prefiere no planear nada y que sea la vida tan inoportuna como siempre la que decida día tras día. De todas formas empiezo a creer que soy quien menos capacidad de decisión tiene sobre mi propia vida. Algunos reencuentros que más bien son desencuentros, llamadas perdidas, esperas interminables, gente que viene y alguno incluso que se va, y este cansancio permanente que me tiene metido en una monótona cadena de supervivencia bajo mínimos. Visitar algunos lugares de tiempos mejores, otros incluso peores, volver a casa con la mochila cargada de ilusiones en forma de libros y la cabeza de recuerdos y deseos difíciles de mantener mucho tiempo. Después, la tristeza relativa de los infinitos atardeceres del sur, la otra cara de la juerga y el jaleo. Hay una espesa capa de memoria en el ambiente que nos impide actuar, y mañana habrá que levantarse otra vez sin saber muy bien para qué. La ciudad estaba como siempre, soy yo el que ha cambiado.

miércoles, junio 25, 2003

Todo tiene un precio. Afortunadamente no todas las cosas se pagan con dinero. Yo también estoy en venta. Y no me refiero a mi cuerpo, al menos no solamente. Mi precio son unas palabras de ánimo, un abrazo sincero, una confianza sin tregua y dos o tres caricias oportunas. Antes pedía más, pero ahora estoy en rebajas. Mis prestaciones son sencillas, ofrezco todo el cariño que poseo, una atención constante, un poco de esperanza, una compañía sin condiciones y algunas palabras verdaderas. Tengo tres años de garantía y si no queda satisfecho le devolvemos sus sentimientos. Dense prisa porque estoy a punto de agotarme.

No tuvimos la culpa de la derrota, el amor era sólo un juego cuyas reglas ignorábamos y en el que pretendíamos participar sin atender a normas, como si ambos fuéramos un solo bando y no enemigos casualmente reunidos y nos creyéramos capaces de improvisar soluciones para cualquier problema, pero cuando las cosas empezaron a fallar cada uno inventó las suyas propias y rechazó las que el otro le imponía, con lo que la partida acabó rápidamente y de mala manera. Ahora que nuestros cadáveres reposan en lugares alejados, deseamos regresar y en las noches solitarias redactamos leyes que puedan conceder una paz duradera, como si no supiéramos que sobre nuestras tumbas no volverá a crecer la hierba y que nada de lo que muere ha de volver más que en el recuerdo.


martes, junio 24, 2003

A veces busco excusas para ser feliz. Me acojo a cosas banales, a menudencias de la vida cotidiana. Y por un rato creo que aquello es lo más importante del mundo y ningún problema puede disminuir ese momento de plenitud. Después me doy cuenta del poco valor que tiene, pero quién puede arrebatarme aquel instante de gloria. Ayer, durante quince minutos, fui feliz.

Cada noche me digo De mañana no pasa. Después, siempre encuentro un motivo para aplazarlo. No puedo evitar pensar un millón de veces cada paso que doy, si no fuera así ya lo habría hecho hace tiempo y todo sería más sencillo y mejor, pero uno carga permanentemente con sus defectos, hace mucho que dejó de luchar contra ellos y paga el precio de ser como es. Ahora, cuando las noches se me hacen demasiado largas y vacías, cuando ya no hay nadie al otro lado con quien hablar, recuerdo otros tiempos, como siempre mejores, y me siento deshabitado. Sé que podría acudir a otras puertas a mendigar compañía, sé que incluso eso me ayudaría durante un rato, pero todos los demás serían sustitutos insuficientes que no podrían rellenar su hueco. Buscaría en ellos cosas que no pueden dar y no está bien obligar a nadie a ser quien no es. Así que me condeno a la soledad, al destierro del mundo de los vivos, y a seguir aullando a la luna mis desvaríos.




domingo, junio 22, 2003

Arrepentirse nunca viene mal, aunque no sirva de mucho, por si acaso, yo lo hago constantemente. Si con ello consiguiera volver atrás, rectificar lo que ya no tiene remedio... Pero debe ser mi educación católica la que me hace arrepentirme continuamente de todo lo que hago, digo, dejo de hacer y por supuesto de lo que escribo. Ya sé que debería de mirar hacia delante, ignorar mis errores inevitables y olvidar sin mala conciencia, pero saber una cosa no quiere decir que seas capaz de hacerla. De hecho ahora mismo ya me estoy arrepintiendo de haber escrito este post como he hecho con los cuatro que escribí antes. Si al final no borro este será que voy mejorando de esta absurda manía de arrepentirme de todo.


Todo tiene una cara oculta. Cosas que nos parecen geniales, estupendas, etc., van acompañadas ineludiblemente por otras nefastas. Cada respuesta trae una nueva pregunta, cada solución un problema mayor. Conseguir eso que tanto deseamos nos provocará otro deseo irrealizable. Un nuevo aliado supone nuevos rivales. Un hallazgo una pérdida. Un amigo alguien que se aleja. Así me consuelo pensando en todas esas cosas que me gustaría hacer y no puedo, tampoco deben ser tan buenas como ahora creo, seguro que también tienen sus inconvenientes. Seguro que es un coñazo limpiar el yate.


sábado, junio 21, 2003

No consigo volver. Me he perdido, lo reconozco. Yo que pensaba que conocía todos los caminos me encuentro en un lugar desconocido cuyo nombre ignoro. Ni siquiera hay nadie por aquí a quien pueda preguntar por el camino de vuelta. Estoy solo y hace frío. Alguien me dijo una vez que no existe el camino de vuelta, que es imposible regresar al lugar del que partimos. Me pareció una tontería, una boutade dicha sólo para impresionar. Pero ahora empiezo a cuestionarme la veracidad de esa frase. Cuando en las noches no consigo dormir y no queda nada por hacer o decir, recuerdo el hogar del que nunca debí salir y me inunda un sudor frío al pensar que jamás lo veré de nuevo. Porque yo deseaba huir de allí, pero he comprendido que no hay ningún lugar adonde ir.


Entonces Travis le dice “Por favor, no te vayas. Lo siento” y Jane no tiene más remedio que hacerle caso y quedarse. Cuando lo oí supe que esas eran las palabras que me faltaron en aquel momento, que nadie a quien vayan dirigidas puede ni siquiera intentar ignorarlas. Ahora que al fin lo sé es demasiado tarde, siempre sé cómo actuar cuando ya nada tiene solución. Entre otras cosas debería de encontrarla entre la multitud, pero temo haber olvidado su cara y pedirle perdón a cualquier desconocida.

viernes, junio 20, 2003

He desaparecido. Una mañana de repente ya no estaba allí. No dejé ninguna señal, no di ninguna explicación, parecía que me hubiera desvanecido sin dejar rastro, como si nunca hubiera existido. Nadie me echó de menos en un principio, después empezó a parecerle raro a algunos, Oye, ¿os acordáis de B?, ¿qué habrá sido de él?, pero tampoco hicieron nada por buscarme, no les importaba demasiado. Nadie sabe donde estoy. Hay quien dice haberme visto, pero no es de fiar, también hay quien dice que ha visto a Elvis. Algunos hablan de que se me vio caminando solitario en la noche por barrios perdidos de alguna ciudad lejana, hay quien asegura que se encontró conmigo en algún parque leyendo un libro, hay quien dice que subí a un barco que zarpaba hacia el olvido, incluso hay quien asegura que vio mi cadáver en algún lugar exótico. Es posible que todos tengan algo de razón. Si alguien me ve agradecería cualquier pista, porque empiezo a creer que nunca conseguiré encontrarme.



martes, junio 10, 2003

La vida no es como nos la habían contado. Con frecuencia nos sentimos defraudados por la realidad. Las cosas buenas no son tan buenas ni las malas tan horribles como nos dijeron, nos movemos en una mediocridad insufrible, lejos de grandes alegrías ni de penas inconsolables. Puede que hay quien prefiera esto con tal de evitar un dolor excesivo, pero yo necesito escalar cimas aun con el riesgo de caer, soy un alpinista que no consigue salir del campamento base. Dónde están el cielo y el infierno prometidos, estoy cansado de este infinito purgatorio.


Yo buscaba alguien como tú, con tu misma forma de mirar, con esa luz que desprendías a cada paso sin darle importancia. Cuando te encontré pensé que eras lo que estaba buscando, pero terminé por darme cuenta de que buscaba a alguien exactamente igual a ti, pero no eras tú.

Dicen que allá al fondo hay esperanza, que no tardaremos en alcanzar sus orillas, dicen que la vida anda cerca, allá en el horizonte, me señalan con el dedo, ¿es que no lo ves?, pero lo siento, soy miope y me he olvidado las gafas.

domingo, junio 08, 2003

Qué cosa tan buena la informática. Uno tiene un problema, se le bloquea por completo, nada funciona como debiera y con un simple golpe de reset milagroso todo vuelve a funcionar como si nada hubiera pasado. Ojalá la vida fuera así también, cuando estuviéramos agobiados por los problemas, cuando no supiéramos qué hacer y no viéramos salida, con un gesto sencillo volveríamos al principio con la lección aprendida y el mundo de nuevo en su sitio y los problemas fuera de juego. Pero no, no somos tan perfectos como las máquinas, y mientras me esfuerzo por buscar la puerta de este callejón sin salida y solucionar todas las incógnitas que me rodean, mi cerebro sigue constantemente emitiendo extraños mensajes de error.
Y qué quieres que te cuente a estas alturas que tú no sepas y yo sí, si todo lo que podría decirte es triste y sé que no te gustan las historias tristes, adicta como eres al final feliz, ese que no existe o sólo en contadas ocasiones, aunque tú eso ya lo sepas pero te guste pensar que hay cosas que son bellas y aún así posibles. Además quiero dejar de ser un blog de esos que cuando los lees te dan ganas de suicidarte, o más ganas aún de las que ya tenías antes. Si no te importa te puedo contar algo que no sea verdad, que lo sea o no es un detalle sin importancia, al fin y al cabo hay muy pocas verdades, quizás ninguna y todo ese rollo de lo relativo y lo absoluto, pero no, tranquila no estoy para profundidades esta noche, no tengo hoy el ánimo trepador para subir muchas ramas, no me pidas más que cosas sencillas y no me preguntes si son verdad o casi, qué más da si lo que importa es buscar consuelo aunque sea en razones ficticias, pero quién dice que no puedan algún día convertirse en realidad. Déjame que te cuente una historia, ella era ciega, él sordo, no, no es una película de Richard Pryor, cuando hacían el amor él se ponía una venda en los ojos, ella se preocupaba de que los tapones quedarán bien encajados en sus oídos, querían sentir lo mismo que sentía el otro, no querían saber, y aún así ya lo sabían, que era imposible, que aunque sus sentidos recibieran los mismos estímulos en su interior tendrían diferente eco, que nadie siente lo mismo que otra persona. Por eso a unos os parecerá que es una tontería, a otros que no, yo, aunque quisiera estar entre los segundos no podré abandonar el primer grupo, seguramente el más numeroso, así que por más crítico que puedas ser no me va a afectar mucho, yo lo soy mucho más conmigo, os aseguro que no es fácil convivir constantemente con alguien como yo. Ya sé que todo esto no es más que basura, pero qué esperabas un sábado a las cuatro de la mañana y gratis ¿el puto Quijote?

viernes, junio 06, 2003

Conocí a un tipo que creía ciegamente en sus planes, pensaba que nada podría salir mal, lo tenía todo perfectamente calculado, no había espacio para la sorpresa en el futuro, confiaba en sí mismo por encima de cualquier impedimento, creía tener todos los ases en la mano y alguno más escondido en la manga por si acaso. De pronto un día algo tan insignificante como vital se torció, y todo el castillo de naipes se vino abajo en un segundo. Ya nada sería como había pensado, parecía que el mundo se hubiera vuelto loco, nada tenía sentido, se sentía perdido y las cosas comenzaron a salir justo como no debían. Dejó de creer en el futuro, pensaba que todo lo que intentara saldría mal y los hechos no se molestaban en desmentirlo, con lo que ya no hacía planes, lo improvisaba todo y hacía siempre lo que le viniera en gana. Extrañamente aquello comenzó a funcionar, y el mundo se fue poco a poco recolocando en su sitio. Aprendió que la realidad se resiste a ser encasillada y nos sorprende siempre de un modo imprevisible haciendo imposible presagiar lo que ocurrirá. A veces cuando se descubre pensando en lo que hará mañana se reprende duramente y se obliga a ocupar su mente en cualquier tontería, temeroso de volver a caer en la ingenuidad de soñar.
A estas alturas supongo que ya habrán adivinado que el tipo ese era yo.


jueves, junio 05, 2003

Me parece que al fin he comprendido por qué huyo de relacionarme demasiado con la gente, y es que tengo miedo a defraudarles, no confío en mis habilidades sociales y es por eso que no me atrevo a comprometerme con nadie y me quedo siempre en los niveles más superficiales de toda relación personal evitando profundizar ni adquirir ningún tipo de responsabilidad. No tengo capacidad para atender a nadie como debería, mi inconstancia, mi carácter inestable, mi pereza y falta de atención son defectos que no puede permitirse quien aspire a obtener algo más que una simple relación fría y formal. Alguien lo llamaría egoísmo pero es precisamente el deseo de no herir a los demás lo que me cohibe de ni siquiera intentarlo. Sé que fallaré a todo aquel que espere algo de mí, y aunque puede que sea algo común yo me siento excesivamente culpable de decepcionar a los demás, víctima quizás de la presión depositada en mí en forma de esperanzas por parte de las personas más cercanas a mí. No me doy cuenta de que al único a quien no debería defraudar es precisamente aquel a quien no le presto atención y cuya opinión suele quedar relegada al olvido.

martes, junio 03, 2003

Alguien me aconsejó un día: Cuando algo va mal actúa con normalidad, si empieza a llover no abras el paraguas, si hace calor no te quites la chaqueta, así te convencerás de que todo está bien, de que no llueve y no asfixia el calor. Eso trato de hacer ahora, aparentar que el mundo sigue en su sitio aunque siga sin saber dónde es eso. Intento demostrarme a mí mismo que no hay motivos para la tristeza, que el pesimismo es sólo un capricho injustificado de mi mente, me río de mis propios chistes, animo todas las fiestas y me dedico a consolar a quien está decaído. Por eso cuando más alegre me veas desconfía de mi sonrisa y piensa que estoy atravesando por un mal momento. Pero a veces, cuando llega la noche y me encuentro solo en casa, no puedo evitar que se derrumbe toda esa fachada y lloro hasta agotarme.
Siempre me ocurre igual. Al principio desprendo ilusión, lo tomo con muchas ganas y pongo todo mi empeño, pero enseguida me parece que no merece la pena y pierdo todo el interés, con lo que casi nunca acabo nada de lo

domingo, junio 01, 2003

Caer era un lujo que no podíamos permitirnos porque sabíamos que no seríamos capaces de volver a levantarnos. Nuestras rodillas desgastadas, nuestros músculos cansados, nuestra voluntad vencida, se sabían impotentes para reanudar el ascenso. Así que no nos atrevíamos a subir muy alto ni a aventurarnos demasiado lejos, volar no entraba dentro de nuestros planes porque conocíamos que la caída sería aún más dura de lo imaginado, por lo que nos movíamos en una monotonía asfixiante. Todos nuestros actos eran medidos hasta el absurdo, cada palabra buscada en el diccionario, nuestros gestos analizados hasta convertirnos en expertos actores, con lo que todo era demasiado aburrido, demasiado falso.
Un día, cansados de tanta frialdad y necesitados de un calor cercano, nos embarcamos en un vuelo temeroso sin pensar en sus consecuencias. Sabíamos que unos pies de más derretirían nuestras alas, que después de aquello no habría marcha atrás posible, pero allá arriba, durante un breve tiempo sentimos al fin el fuego en nuestras almas y comprendimos que la vida moraba en aquellas alturas y todo lo demás era un simulacro. Naturalmente aquello no podía durar, y caímos para no volver a levantarnos jamás, pero ahora, cuando me siento en el fondo de la más profunda sima, me complazco recordando aquellos momentos y puedo decir que al menos por una vez me sentí vivo.


Jugué a un juego al que no sabía jugar. Al principio tímidamente, pero la fortuna quiso ser mi compañera. Gané, pequeñas victorias cuyo responsable era ella, no yo, pero no lo supe ver y me creí el rey del juego, pensaba que sabía hacerlo mejor que nadie. Pero la fortuna un día me abandonó, cambió su lugar en la mesa para ser mi rival, y cuando ya lo había apostado todo creyéndome invencible, lo perdí en un segundo. Ahora sé que nada fue culpa mía, ni los triunfos ni las derrotas, y que nada depende nunca de mí, si acaso estar atento a sus designios para saber hasta donde debemos arriesgar.
Cuando todo lo que conocías a tu alrededor parece desmoronarse de repente, te sientes más perdido aún que si lo que se derrumbara fuera tu propia vida. Uno no concibe el mundo sin todas esas cosas que teníamos asumidas de nuestro entorno, esos necesarios apoyos externos que nos ayudaban a caminar por los días. Pero aquello que parecía fuera del mundo de lo posible llega un momento en el que rebasa tus expectativas y se convierte en realidad. Empiezas a dudar y cada elemento a tu alrededor se transforma en una señal amenazante que quizás te empeñas demasiado en buscar. Y entonces, piensas que todo se viene abajo y te sientes inseguro aunque no haya motivos para ello, entonces piensas que el mundo comienza a hundirse por sus contornos y que ya ha comenzado la destrucción.