sábado, agosto 02, 2003

A veces al despertar contengo el primer impulso de abrir los ojos para poder imaginar que estás aún a mi lado. Intuyo tu cálida presencia junto a mí, acechándome en silencio, creyéndome todavía dormido, soñando que el futuro es hoy, aguardando el beso tibio de la mañana con la paciencia de quien sabe que todo llega, dejándote inundar por la inocencia de creer en los sueños. Y así, armado de recuerdos y deseos, me desprendo del tacto indiferente de las sábanas y voy dibujando con mis torpes dedos tu cuerpo frágil al otro lado de la cama. Recorro cada rasgo de tu rostro, cada pliegue de tu piel, el dulce desgranarse de tu pelo, la firmeza fingida de tu boca, la suavidad plena de tu pecho, la inmensa brevedad de tu sexo. Percibo tu olor desnudo de ungüentos y me dejo arrastrar por él hacia territorios placenteros. Puedo sentir tus labios marcar mi cuerpo como entregada posesión. Después, caigo de nuevo en manos del sueño y me someto a él al fin sereno.Cuando despierto más tarde y supongo que ya te marchaste, recuerdo nuestro breve encuentro con mayor viveza que todo lo que el mundo ofrece semejante cada día y me acojo a él cuando las horas se me hacen tediosas e intransitables.

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